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Crítica de soniagpan


soniagpan
02 December 2022
Un título tan metafórico venido de un autor griego ya nos advierte de que estamos ante una historia llena de sensibilidad lírica y que, a la vez, nos trae el aliento de la épica homérica a un contexto rural.
En este caso, estamos ante una historia ambientada en un pequeño pueblecito griego de calles empinadas en el verano del 74. El protagonista es Nicolas, un chico inocente con una sensibilidad especial, que va a pasar las vacaciones estivales en el pueblo, como todos los años. Pero este verano será diferente: Nicolas siente que ha de buscar su lugar en la pandilla, ese grupo de chicos con jerarquía propia, donde los jefes someten a pruebas a quienes quieran ocupar un puesto dentro. Nicolas es respetado, pero también es el forastero. No es del pueblo, pero tampoco se siente de la ciudad, pues su corazón se ve arrastrado por esa geografía escarpada del pueblo y por la pequeña Jrisa, esa niña con la que ya sabe que se va a casar cuando sea mayor. Nicolas, como su familia, tienen su propia identidad hecha de confluencias culturales. En este sentido, en un momento Nicolas reflexiona sobre su madre: ella no es como las madres de los niños del colegio en la ciudad porque no se pinta las uñas; sin embargo, tampoco es tan vulgar como las madres del pueblo.

La miga de aquel verano es además una novela hecha de sensaciones, de recuerdos, donde se intenta captar un tiempo visto desde la nostalgia. La rutina, las horas eternas de mediodía, el intenso calor que solo remite al caer la noche…, se sienten en cada página. El ritmo narrativo es pausado y lírico; es una novela cocinada a fuego lento por Isidoros Zourgos. En medio de ese eterno verano, solo algunos acontecimientos alteran el curso habitual de las festividades locales o los juegos de la pandilla. Es el caso de la amenaza de una guerra que, a pesar de su aparente lejanía, comienza a trastocar las costumbres: los hombres se marchan, las luces se apagan por la noche, los susurros de los mayores se combinan con las noticias en las radios, los juegos de los niños ahora son juegos de guerra... Y en este contexto surge el símbolo de la miga de pan en las manos de Nicolas. Esa masa tierna entre sus dedos calma un mundo en ebullición, consigue contener unos sentimientos nuevos; es el intento de amasar el tiempo de la infancia que se escapa entre los dedos.

Cuando el verano se aproxima a su fin, Nicolas ya no es el mismo. Después de algún acontecimiento traumático, adquiere una nueva fortaleza que le ayuda a afrontar la realidad desde una perspectiva diferente. Con una nueva mirada, sus ojos que ya son curiosos, diferentes a los de los demás niños, ahora le permiten interpretar de otra manera los paisajes, los gestos de unos y de otros. Nicolas es consciente de que la adolescencia se aproxima (como cuando tiene que alejarse a gritar a la montaña para desahogarse), pero en el momento de partir, de dejar atrás todo, intenta guardarlo todo en la retina. Tras la ventanilla de un autobús las despedidas son mucho más intensas, más aún en una edad donde todo está a punto de cambiar, y donde ya se aproxima un invierno que se intuye como una eternidad.

Sin duda un libro delicioso de leer, un retazo de recuerdos de un pasado cercano, una novela que combina la voz de un protagonista “fantasioso” (como le dice Jrisa) con la de un narrador capaz de captar la vida de todo un pueblo, desde la belleza de los paisajes hasta el carácter de sus gentes. Para mí ha sido un auténtico descubrimiento literario, que en mi bagaje de lecturas me ha conectado con El camino de Delibes, otra novela imprescindible donde la palabra salva los recuerdos de la infancia para convertirlos en pura belleza.

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