Cuando caminas por Ueno, ya sea por la estación, por el parque o por los alrededores, te fundes como una aspirina efervescente en el Tokio más profundo. Oficinistas, estudiantes, paseantes, turistas y sintecho conviven en un espacio de paso completamente desarraigado. ¿No os pasa mucho en los alrededores de las estaciones centrales de cada gran ciudad? Son lugares sin alma, y por eso nos sentimos cómodos en ellos. Esta novela ahonda en un tema tan silenciado como son las personas sin hogar que se agolpan en el parque de Ueno, y lo hace con una delicadeza tal que pone los pelos de punta. Nos habla, a través de una crítica velada, de la diferencia de clases sociales en un país hermético, de las tradiciones más arraigadas enfrentadas a la modernidad más aplastante. Nos habla de familia, de amor, de la pérdida. La autora hace un recorrido impecable por las últimas décadas de la historia de Japón a través de un narrador magnífico, de forma bella y poética, pero a la vez desesperanzada, como la vida de todos los que viven entre lonas, la vida de los que lo han ido perdiendo todo por el camino. Es desgarrador, doloroso y apabullante. No te deja mirar a un lado y hacer como que no pasa nada. Te envuelve y te golpea. Y es que yo busco eso en un libro, que me haga sangrar, que me haga pensar, que se quede en mi cerebro como los posos del café. |