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Crítica de Maestrat72


Maestrat72
08 April 2023
Qué difícil se me hace escribir la reseña de este libro. Tan pronto me han encandilado sus páginas como he sentido contrariado por ellas.
La erudición y la cultura de Mauricio Wiesenthal es abrumadora. Parece imposible hacer tantas cosas, haber vivido y viajado a tantos lugares y conocer a tantas personalides como lo ha hecho él en una sola vida. Continuas referencias a lugares y a autores, sobre todo Goethe, Nietzsche, Zweig y Rilke, que abren un abanico enorme de posibilidades de ramificación de la lectura. El autor retrata en el libro pintorescos pueblos centroeuropeos, bucólicos paisajes bañados por ríos de agua clara y cafés en los que artistas e intelectuales son clientes asiduos. Un cuadro de una vieja Europa culta que veneraba a los antiguos sabios clásicos y que ha desaparecido con el turismo de masas, la aparición de los mass media y las redes sociales. Pero sobre todo a causa de revoluciones de burgueses universitarios que lanzaban adoquines a la policía en el 68 y, remontando más en el tiempo, de la destrucción sin construcción que causó la Revolución Francesa sin preocuparse de mantener lo que el autor cree que se debería haber mantenido. Y como causa suprema de los males intelectuales que se abaten sobre Europa, el abandono del espíritu judeocristiano que ha sido base y fundamento de nuestra cultura y el predominio del materialismo filosófico que equipara razón con dogmatismo.
No voy a ser yo el que le enmiende la plana al señor Wiesenthal, ¡Dios me libre! Solo soy un simple operario con insaciable hambre de saber y una desmedida afición a la lectura que, por otra parte, mi cotidianeidad me impide satisfacer tanto como me gustaría. Y estoy convencidísimo de que si el autor leyera esta reseña me dejaría a la altura del betún. Lo que si puedo es opinar con toda la humildad y con todo el miedo de meter la pata ante obras de autores con un bagaje cultural e intelectual al que solo puedo aspirar en sueños. Pero es que hay cosas que no me cuadran. No me acabo de creer al Sr. Wiesenthal cuando se describe como una persona que ha pasado dificultades. Ha viajado por toda Europa y la mitad del resto del mundo, se ha alojado en cientos de hoteles, ha visitado los mejores cafés y ha conocido a lo más granado de la intelectualidad europea. Además, ha sido profesor universitario, escritor, enólogo y no sé cuántas cosas más. Y todo ello, dice él, trabajando duro, mal cobrando sus escritos, sacando agua de los pozos y cultivando vides. Y lo que pienso es que, a pesar de tener razón en muchas cosas, el Sr. Wiesenthal no se da cuenta de que ha sido un privilegiado. Que la meritocracia existe en un contadisimo número de casos porque la mayoría de veces no tenemos en cuenta los condicionantes previos. Y que el trabajo en el campo, el trabajo de verdad, no tiene nada de bucólico ni de imagen de cuadro pastoral. Los que no hemos viajado en el maravilloso Orient Express quizás es porque no hemos podido y sí, el turismo es una plaga, pero por otra parte, ¿es mejor que la posibilidad de viajar a lugares fantásticos como Venecia, París o Roma quede restringida a ilustradas clases privilegiadas que sabrán, ellas sí, apreciar los recónditos rincones de esas bellas ciudades y podrán disfrutar de sus parques, paseos y cafés sin tener que aguantar a las hordas de gente normal molestando? Señor Wiesenthal, si con lo que le pagaban apenas podía permitirse un menú en el bar, lo que hace la gente que de verdad pasa dificultades es, precisamente, no comer en el bar. Ese pedestal desde el que parece escribir y el elitismo del que hace gala convierte su crítica en injusta.
En fin, que sí, que el abandono de una educación humanista no nos hace ningún favor. Que el olvido de las enseñanzas clásicas y la depreciación de la belleza y de todo aquello que, aunque inútil, inunda y sacia el espíritu en aras de lo rentable y de lo útil es síntoma de decadencia y de desagradecimiento. Pero ya es una tradición milenaria pensar que la sociedad ideal ocurrió siempre antes que la nuestra.
Hay que tener un poco de cuidado y delicadeza a la hora de hacer esas críticas. No todos hemos sido hijos de catedráticos que nos han abierto las puertas a una educación exquisita y que nos han permitido viajar por el mundo alojándonos en los mejores hoteles. No nos engañe aseverando que nunca ha poseído casa en propiedad para, algunas páginas más tarde decir que desde el S. XVI su familia guardaba un Durero en casa. Tiene todo el derecho del mundo a oponerse a esta modernidad homogenizadora que está erosionando nuestras identidades seculares. Es justísimo recordar a aquellos grandes genios que nos precedieron y que pusieron los cimientos de una cultura ilustrada en la vieja Europa sobre la que hemos edificado un modo de vivir que, a pesar de todo, es la mejor que conocemos hasta la fecha. Pero esas críticas no pueden hacerse por medio de boutades efectistas y de berrinches de abuelo cebolleta. Porque la mayoría no hemos podido hacernos con un bagaje como el suyo. Con la Revolución Francesa llegó el Terror. Pero ¿qué hubiera pasado sin Revolución Francesa?
Me da la sensación que el el autor está "demasiado" seguro de sus afirmaciones. No duda. Y no me gusta la gente que no duda. Ya lo decía, precisamente, Nietzsche: "Toda convicción es una carcel"
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