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Crítica de Guille63


Guille63
22 August 2023
Otra agridulce relectura. “La hija del optimista” es una obra más que notable y yo, pobre de mí, no supe verlo en su día. Pensando en ello e intentando disculparme, o disculpar a aquel que fui, llegué a la conclusión de que mi pasado descontento con la obra pudiera deberse al cruel ensañamiento de la autora con Fay, la segunda esposa del juez McKelva, mucho más joven que él, prácticamente de la misma edad que su hija Laurel.

Welty, ya sexagenaria, nos escribe en la novela sobre el fin de una forma de entender la vida y de conducirse por ella que corre paralelo al relato de la muerte del juez, tras una intervención ocular y en claro contraste con la fiesta de carnaval de Nueva Orleans que se está celebrando en el exterior del hospital, representante de una anquilosada aristocracia sureña y de unos valores en buena parte caducos. Laurel, la hija del optimista juez, será la que centre el foco del narrador de esta historia que enfrenta un pasado luminoso, no exento de sombras, con el futuro que representa Fay y su familia.

“El pasado no es cosa mía. Yo pertenezco al futuro, ¿no lo sabías?”

Seguramente, la primera vez que la leí me molestó esa nostalgia por una clase social en la que no estaba mal visto que el prestigioso médico azotara el culo de su enfermera o se hablara siempre de una forma condescendiente de los negros o que el chismorreo centrara sus conversaciones, enfrentado al retrato inclemente de una familia pobre y sin educación, de aquellos “que nunca comprenden lo que les ocurre”. Y ahora, en esta época Trumpista, los sentimientos que me despiertan estos representantes de la llamada basura blanca que son Fay y su familia no son tan piadosos como los que pude tener en aquellos tiempos y comprendo perfectamente el desprecio que cabe sentir por estas personas orgullosas de su falta de educación y de su ignorancia (“no sé qué significa esa palabra y me alegro de no saberlo”), de sus modales groseros y de su vulgaridad, de su falta de sensibilidad… no todo pueden ser las circunstancias.

“Fay no poseía en su interior la fuerza de la pasión o de la imaginación, y no tenía modo de apreciarla o de obtenerla de los demás. Los demás, con sus vidas, seguramente también eran invisibles para ella. Para encontrarlos, ella sólo podía arremeter contra ellos armada con sus pequeños puños y dar manotazos al azar, o escupir con aquella pequeña boca suya. No podía luchar contra una persona sensible del mismo modo que jamás podría amarla.”

Pero Fay y todo lo que ella supone no solo ha enturbiado el presente de Laurel y ennegrecido el futuro, Fay también ha trastocado la memoria y la idea que tenía de su padre, alguien que quiso relacionarse y hasta casarse con alguien como Fay, sustituta de su amada madre Becky, tan distinta. Un aspecto de su padre que siempre tuvo que estar ahí y del que ella quizá no fuera tan ignorante.

“El misterio, pensó Laurel, no radica en lo poco que conocemos a quienes nos rodean, sino quizás en lo mucho que los conocemos realmente”.

A la muerte del juez, Fay se quedará con la casa familiar y con todo lo que ella contiene, tanto y tantos objetos que estarán siempre asociados en su recuerdo a los momentos felices pasados con sus padres y que Fay despreciará o destruirá y que ahora están contaminados por esa relación que tuvo con su padre. Quizás es por eso que en su último día en la casa, Laurel se adelanta a su madrastra y quema muchos de los objetos relacionados con su madre, sabiendo que no son las cosas materiales lo importante, que siempre le quedará el recuerdo de esa vida con ellos, aunque el encuentro con el mundo de Fay los haya modificado, y los valores que la sustentaron, no siempre los más correctos.

“Ahora, el pasado ya no puede ayudarme ni hacerme daño, no más que mi padre en su ataúd. El pasado es como él, insensible, y jamás podrá despertar. Es el recuerdo lo que actúa como un sonámbulo. Regresará con sus heridas abiertas desde cualquier rincón del mundo… exigiéndonos esas lágrimas a las que tienen derecho. El recuerdo no será nunca insensible. al recuerdo sí se le pueden infringir heridas, una y otra vez. En ello puede residir su victoria final. pero del mismo modo que el recuerdo es vulnerable en el presente, también vive en nosotros, y mientras vive, y mientras tengamos fuerzas, podremos honrarlo y darle el trato que merece.”
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