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Crítica de Guille63


Guille63
08 March 2023
Gran libro de relatos sobre unos personajes que bien podrían imitar a Kafka y anotar en su diario la versión que de la famosa frase de los diarios de Kafka hace el autor: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a nadar.”

De hecho, tal frase es el primer cuento del libro. En el segundo relato, “Los de abajo”, el autor, a través de un escritor que acaba de terminar su libro de cuentos, nos comunica, además de su intención —contarnos esa verdad que cuentan las mentiras—, la explicación de su propio libro:

“… he escrito, sin darme cuenta, una breve y heterodoxa Historia de España de los últimos 41 años. Una historia en la que este país aparece más bien como tierra baldía y desheredada, sin demasiado futuro, casi yerma, muerta para la gracia de la vida…”

Algo un tanto exagerado pues su foco se concentra en unos personajes solitarios y muchas veces anodinos caracterizados por una “indiferencia distante que les permite no estar ligados a la realidad sino por un hilo invisible, como el de araña” para los que los hechos de la Historia con mayúscula, prácticamente en cada relato hay uno, “tienen una incidencia muy oblicua”.

Una mujer descubre la falsedad de su vida y ocupa el día en mandarlo todo al carajo. Un exiliado político que se ha pasado la vida trabajando de carpintero y añorando a España, cuando lo que a él le hubiera gustado era ser ojeador del Deportivo de la Coruña. Un seminarista que, escapando de su familia, llega a Zaragoza.

“… allí, entre tanto conformismo, hasta las imprentas parecen libres de toda sospecha, y triunfa, del modo más obsceno y militar, una cosa beata y muy cursi, algo así como un patriotismo de campanario"

Un pobre chaval que vive encadenado a su mesa de estudio por el miedo que le han infundido sus padres a ser un inútil de por vida.

“la vejez y la escritura se parecen mucho. Son la única posibilidad de transformar la vida, que es una enfermedad… todos somos unos inútiles, pues inútil es también la vida.”

Un escritor que pasa a los 38 la crisis de los cuarenta y recuerda los años de aburrimiento de crío en su pueblo natal al lado de su amigo, el flaco Fermín, que le devolverá una infancia que ahora querrá de nuevo olvidar. Un pobre hombre, quizá ya algo desequilibrado por el fuerte apego que siente por los padres, al que los amigos le arruinan la vida al hacerle notar que no ha conocido el amor. Un microrrelato sobre lo incomprensible que es que alguien quiera santificar la identidad (alguien me “juró y perjuró que yo era catalán”) cuando ser solo una persona parece muy poco. Un columpio y un padre autoritario, un nombre ridículo, una historia de la mili, el golpe de estado de Tejero en apenas un chascarrillo efímero, Melilla, Hong Kong y Praga, un desprecio clasista que se vuelve contra su protagonista. Un empleado en un almacén de telas, orgulloso de su independencia mientras conduce su seiscientos, aunque al final del día, cuando se dispone a dormir, tenga la impresión de tener el cuerpo de un coleóptero (les suena, ¿verdad?). Un niño maligno que lleva diez años, desde el mismo día en que nació, sin decir palabra y atormentando a sus padres. Un microrrelato entre futbol y Spinoza. Un ser deforme extasiado ante la belleza del mal perfecto encarnada en un monaguillo de la Catedral de Sevilla. El penúltimo, que, aunque no es de mis favoritos, me ha hecho mucha gracia la utilización de aquella antaño famosa canción de “Mirando al mar” de forma similar a como Kubrick utilizó “Singing in the rain” en “La naranja mecánica”. Y el último, otro microrrelato que podría resumirse en una frase que cierra el círculo del libro: “Hoy han matado a Kennedy. Por la tarde jugué al futbolín”.
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