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La narrativa post-revolucionaria es simplemente increíble. Desde el magnífico "Pedro Páramo" y el sublimo "Llano en llamas", donde aún brilla el fuego del caos revolucionario hasta el hedor de sus cenizas de la guerra cristera, "La muerte tiene permiso" tiene esa alma crítica que refleja la sátira y el dolor mexicano. Todos los cuentos giran en torno al problema que dejó la revolución: la corrupción de los caciques, la paupérrima calidad de vida, el abuso de las personas y el constante cuestionamiento moral de una sociedad que no ve la luz de un nuevo día. Si este libro fuera poesía, casi todos los personajes de esta obra sería "los hombres del alba" que anunció Efraín Huerta en su poesía. Ese constante dolor y crisis ahoga casi todos los cuentos, y esto se hace más evidente en el último cuento, titulado "En cualquier ciudad del mundo": de connotaciones casi bíblicas, o de ciencia ficción, este último cuento es el epítome del libro, es la muerte presentándose ante la humanidad, ante el mundo, y proclamando su reino en cualquier ciudad presente o venidera. Es una obra imperdible cuyo final puede asegurar, casi con total certeza, que deja a uno contemplando el abismo de la muerte desnuda.
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