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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
23 October 2020
No es la primera vez que leo El fin de los libros. Me lo regalaron hace ocho años y lo devoré en cuanto cayó en mis manos pero, si os digo la verdad, no recordaba gran cosa de lo que se decía en él, y como últimamente me paso la vida recolocando libros en busca de cualquier hueco imposible, volvió a caer en mis manos y me entró el gusanillo de releerlo. Podía permitírmelo (apenas consta de cincuenta páginas), así que no me lo pensé.

El fin de los libros es un opúsculo que su autor, Uzanne, incluyó en Cuentos para bibliófilos, una obra escrita en colaboración con Albert Robida y publicada en 1894, y creo que para entender un poco lo que se cuenta en él, hay que conocer primero al propio Uzanne y su profundo amor por los libros, a los que dedicó su vida por completo.

Octave Uzanne fue periodista, editor, escritor y crítico de moda. Publicó varios libros (incluyendo el género fantástico), fundó cuatro revistas de arte y pensamiento además de la Sociedad de los Bibliófilos Contemporáneos (de la que fue presidente), y mantuvo una actividad bibliófila incansable mostrando un interés especial en el libro como objeto de lujo, motivo por el cual trabajaba estrechamente con ilustradores, encuadernadores, impresores... Dio la vuelta al mundo en 1893, era un habitual de las tertulias literarias y artísticas y, en definitiva, fue un hombre, un bibliófilo, que dedicó su vida a investigar y divulgar el mundo de los libros, que lo fue todo en su tiempo en muchos y muy diversos campos y que, tras morir, como suele ocurrir, pasó a ese olvido del que muchas personalidades que un día fueron notables pocas veces regresan.

Volviendo a El fin de los libros, retrata una velada parisina en la que varios amigos, tras asistir a una conferencia en la que se predice el fin del globo terrestre y la raza humana (por si a alguien le interesa, y basándose en las teorías del físico alemán Hermann von Helmholtz, se afirma que dicho fin llegaría dentro de diez millones de años), acuden a cenar al Junior Athenaeum Club y, una vez comienza a correr el champán, conversan sobre dicha conferencia y el devenir de la humanidad. Es entonces cuando cada uno de ellos, según su área de competencia, comienza a ponerse catastrofista, y aunque el título del opúsculo es el que es y, qué duda cabe, es el que más nos interesa en un espacio literario, dejadme que os hable brevemente del resto de predicciones realizadas alrededor de esa mesa, y así podréis juzgar en qué acertaron y en qué se equivocaron estos clarividentes de finales del siglo XIX.

Uno de los comensales, James Wittmore, predice que los nuevos continenes son superiores intelectualmente y que a finales del siglo XX América encabezaría la marcha del progreso, quedando el viejo continente en franca decadencia; también precide que África está destinada a no desempeñar ningún papel importante, que siempre será la despensa de los demás continentes, y que el progreso y la civilización, de llegar, no lo harían hasta dentro de miles de años, cuando la propia América comenzase a declinar. Otro de los comensales es Julios Pollok, vegetariano y naturalista, que precide que llegará un momento en que nuestros alimentos se verán reducidos a polvos, galletas y jarabes cuyo costa sera mínimo y que, por tanto, el hambre desaparecerá de la faz de la tierra, se respetará la vida de animales y seres vivos, la superficie verde del planeta volverá a su estado original y predominante y, en definitiva, viviremos en una utopía feliz y sana (ni el resto de los comensales se tragan esto xD). Y por último, antes de pasar a Uzanne, tenemos a Arthur Blackross, pintor y crítico de arte, que no duda en cargar las tintas sobre el arte que se hacía en aquel momento, que para él era obviamente arte moderno (no quiero ni imaginar qué pensaría de lo que se considera arte en el siglo XXI). Critica que el arte moderno es arte mediocre, que todo son copias vulgares y falsas de viejos maestros, y que llegará un punto en que el mundo estará tan saturado de tanta mediocridad que solo quedarán unos pocos artistas, una élite de hombres santos, una aristocracia cerrada con apenas unos pocos apóstoles por cada generación, que serán los verdaderos artífices de obras maestras (esta teoría parece que tiene más aceptación entre los demás comensales que la del mundo ideal en el que solo comeríamos galletas y píldoras).

Os lo cuento muy por encima, ellos evidentemente ahondan más, pero ahí lleváis todo eso para reflexionar... pero luego, cuando hayáis terminado de leer la reseña, que ahora viene lo que nos interesa, la razón por la que estamos aquí, esa frase tan apocalíptica, tan catastrófica, tan aciaga... el fin de los libros. Porque se refiere al libro físico, ovbiamente, y no me digáis que no estáis hartos de escuchar/leer algo parecido día sí y día también en nuestros días, que no estáis hartos de escuchar/leer que el libro digital va a aniquilar al libro físico, que el libro físico está condenado a la desaparición. Pues mirad por donde, de esto ya se hablaba hace casi 130 años. Si es que vivimos en un bucle y no hemos inventado nada; nosotros, los del siglo XXI, que nos creemos tan listos, sorprendentes e innovadores. Otra cosa es que lo que propone el bueno de Uzanne tuviese visos de convertirse en realidad (os lo adelanto: no), pero tampoco creo que fuese el objetivo.

Cuando le preguntan al bibliófilo de la mesa (que además es el narrador en primera persona del relato) qué ocurrirá con las Letras y los libros en cien años (lo que sería para finales del siglo XX), él afirma que el hombre evita cada día más la fatiga asociada al ocio, que quiere comodidades, y que la acción de leer conlleva no solo cansancio mental sino también cansancio visual y físico. Por ello predice que, para evitar el desgaste de la vista y el desgaste corporal que supone tener un libro entre las manos, serán los oídos los que trabajen, que además proporcionarán un mundo de sensaciones y percepciones totalmente diferentes. Para ello idea unos cilindros que contendrán las grabaciones de los libros y, por tanto, el lector podrá estar tumbado, recostado en un sillón, paseando, haciendo deporte... y escuchando libros. Dejando a un lado lo del formato físico en forma de cilindros, os suenan las campanas, ¿no? Porque para mí, Uzanne sí fue un visionario en este aspecto: está hablando de algo muy parecido a los audiolibros (nuevamente os recuerdo que esto fue escrito en 1894). Claro está, luego ya empieza a desarrollar el concepto y la imaginación se le va un poco de las manos: que los escritores ya no escribirán y tendrán que narrar sus propios libros, que tendrán que inscribir su voz y sus registros vocales en la Oficina de Patentes cual si fueran el sustituto del manuscrito, que la calidad del libro se medirá por la de su narración oral más que por la de su contenido literario, que los coleccionistas compulsivos de libros seguirán coleccionando compulsivamente cilindros encuadernados de lujo... Os digo lo mismo que con las anteriores teorías, esto es solo un concepto muy resumido. Nuestro narrador bibliófilo va mucho más allá de lo que aquí os cuento, sobre la marcha va definiendo e ideando el modo en que estaría disponible este método de lectura a un nivel mucho más global y universal, en el día a día, a pie de calle y en el hogar de cualquier persona interesada. Imprentas, periódicos, librerías, bibliotecas... nada escapa al vaticinio de este bibliófilo.

Os decía arriba que, en mi opinión, Uzanne no pretendía dárselas de clarividente ni creo que él opinase realmente que el libro físico fuese a desaparecer en el corto espacio de tiempo de cien años. Si me preguntáis a mí, yo creo que Uzanne quería provocar al lector, ponerle en la tesitura de "y si", hacerle imaginar un mundo sin libros físicos y lidiar con esa espantosa imagen, darle un toque ante la lasitud y el aburguesamiento que se estaban propagando en una sociedad que solo buscaba comodidades y actividades que no requiriesen esfuerzo. Uzanne no vaticina el fin del libro, quiere que el lector imagine cómo sería un mundo sin ellos si seguimos por el camino por el que vamos, y si a mí, como lectora del XXI que puede concebir la tecnología de la que habla, me hace ponerme en esa situación (porque tenemos esa tecnología... otra cosa es que sea capaz de hacer desaparecer realmente al libro físico y en los términos absolutos y extremos que propone Uzanne), puedo imaginar la reacción estupefacta de un lector del siglo XIX para el que la misma concepción de lo que aquí se dice debía ser pura ciencia ficción.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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