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Crítica de Monbuk


Monbuk
04 February 2022
Ser capaz de hablar cuando toda tu vida te han hecho sentir que tu voz no merecía ser escuchada es, sin duda, una de las cosas que más admiro de Concha Méndez. Si el otro día hablaba de la memoria en Ginzburg como motor de la nostalgia, en Méndez la memoria se convierte en arma de identidad.

Desplazada a un segundo plano en favor de sus compañeros o de su propio marido, le hicieron creer que su historia no era importante. La historia, en definitiva, de una autora que se opuso a los planes establecidos para ella y remó, como remaba siempre que fantaseaba con viajar, en una sola dirección: ser poeta.

Cuando estas memorias se escribieron Concha ya era mayor. Fue su nieta quien, a través de sábados de conversación con ella, decidió llevar a cabo grabaciones que más tarde pasaría a escrito. Todo esto, y mucho más, es lo que nos cuenta la propia nieta, Paloma Ulacia, en ese bellísimo prólogo en el que rescata la figura de Concha Méndez y explica detalles de la personalidad de su abuela que hacen entender todavía mejor el porqué de la forma en que la autora habla de su vida (esto es, evitando detallar lo triste, tratando de contar todo desde lo cercano).

El valor literario e histórico de este libro es incalculable. Bien es cierto que lo que se cuenta aquí es la vida de una persona de cierta clase social, con ciertas facilidades y contactos que probablemente fuera de todo menos común, la vida de una mujer con ideas de su tiempo con las que podemos estar en ocasiones desacuerdo (pienso, por ejemplo, en la tauromaquia), pero poder conocer un poco más la España del S.XX y empezar a leer a Méndez sabiendo en qué momento de su vida se encontraba en cada poema es algo que todavía me emociona.

Me emociona pensar en los versos que dedico a su marido una vez fallecido, los que dedicó al hijo que murió al nacer. Pero, sobre todo, y evitando ir a lo triste, como la propia Concha hubiera deseado, me emociona pensar en esa niña que solo quería ver mundo y en esa mujer que lo consiguió, la que dedica todo un capítulo a hablar de los animales que la acompañaron en su vida, la que sacó adelante imprentas, revistas; la que escribió sin parar. A esa mujer: gracias.
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