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En Las ceremonias del verano se cuenta la vida de una mujer que puede ser la de muchas. El ritmo pausado de la narración choca con la rapidez de lectura a la que parecen invitar las frases largas aunque entrecortadas por la puntuación. La estructura innovadora y original está plagada de agua, agua en forma de las lágrimas de la protagonista, pero también agua en forma del sudor de los días y las noches calurosas de verano. La voz narradora está bailando a lo largo de toda la historia. Frente a frente en un espejo se encuentra una tercera y una primera persona que no dejan de dialogar, que se miran mutuamente. Porque el diálogo en esta novela, aparte de con la lectora, es entre la visión de la protagonista y la del mundo que la rodea. ¿A quién pertenece esa segunda voz? Personalmente creo que también a la protagonista; pienso que su desdoblamiento es tal que se narra a sí misma. Esa primera persona nos relata sus experiencias de manera subjetiva a la vez que se aleja, se fragmenta y describe también lo que ve en el espejo, no solo lo que experimenta. Es protagonista y observadora de sí misma, de su vida. Sin embargo, esto solo ocurre en la primera de las cuatro edades que nos son descritas, en la de la adolescencia rebelde. Los siguientes roles que asume, el descubrimiento del (des)amor y de la maternidad se hacen desde una persona que nos habla de 'ella' de una manera alejada y casi fría. Por último, el cuarto rol, el de la mujer de cuarenta años, vuelve a interpelarnos, a dirigirse a nosotrxs, a señalarnos con una carta de amor intercalada en la narración. Si a todo eso le juntamos las recurrentes referencias literarias y culturales y, sobre todo, la aparición de Anna Karenina y el hastío vital... Pues eso, ¡exquisito |
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