Malasanta

No es fácil reseñar esta novela. Hablar sobre ella y creer no estar a la altura de un autor con ese don para la escritura, la palabra desnuda y precisa, el estilo acorde a la temática, la estructura narrativa idónea y un fondo que te abofetea, de tan real, descriptivo y explícito, y de manera inmisericorde de la primera a la última página. No había llegado a él, a pesar de que sus publicaciones se cuentan por premios, y atesoran ya la madurez de alguien que ha sido corrector de estilo para otros.

Es una novela crudísima, dura, despiadada, cruel, por momentos tan lúcida que resulta insoportable. Porque es insoportable mirar el lado sórdido y oscuro de una realidad que nos rodea por todas partes; que solamente intuímos, a la que damos la espalda, precisamente porque preferimos los sabores dulces, las historias de superación, las de los forzados finales felices o, cuanto menos, aquéllas en las que podamos aferrarnos a un hilo de esperanza.

Nada de ésto encontrarás en La Ciénaga, porque con Antonio Tocornal, hasta los nombres, en un juego literario macabro, significan exactamente lo que son, sin eufemismos.

En La Ciénaga, un pueblo de ambiente rural, está el prostíbulo de Doña Expiración. Uno de tantos en los que la explotación sexual es el fin del negocio. Una explotación que es, sin lugar a dudas, la peor violencia que puede ejercerse contra una mujer, tan cosificada que deja de serlo. En condiciones de esclavitud, sin elección y sin posible salida.

Aquí ejerce Dionisia la Tuerta. Y ejerce, mientras su hija, Malasanta, es testigo mudo de cada sesión escondida tras el biombo del cuarto. La novela nos permite reencontrarnos con Malasanta, en capítulos sucesivos, cada década de su vida, en un espacio temporal que va desde principios de los sesenta hasta 1999, y a otros personajes, encerrados en la vida que les ha tocado en suerte: Anhelo Truncado y su hijo, Niño Truncado; Candela, Modesto Baldío, Cándido Fogoso y Próspero el Polilla. A veces surrealistas, a veces esperpénticos, para narrar el lado más oscuro de la sexualidad, de discapacitados físicos y psíquicos, de ancianos solos y sin recursos, de travelos (en ese momento "travelos" porque no imperaba la corrección política), de drogadictos, de marginados, de excluídos y condenados, sin opción a cambio, por el hecho de haber nacido en un estrato social determinado. Todos ellos personajes secundarios porque no hacen historia. Y en 50 años, las violencias persisten, endémicas, enraizadas... y surgen otras modalidades de violencia, algunas más sutiles y sofisticadas.

No la recomiendo, en general, porque no la creo apta para todos los paladares. A aquéllos que quieran, que necesiten asomarse al abismo aún viendo agredida su sensibilidad, a las sombras insondables que conviven con nuestro mundo perfecto, aquí os dejo una magnífica novela. Todos los que se han atrevido dan fe, porque te cambia la mirada. ¿Es más higiénico no inundarse con la miseria humana? Puede. Siempre que no se te olvide que existe.

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