En este último caso Alan Grant, en medio de una crisis nerviosa que le obliga a colgar la placa, coge un tren a Escocia para pescar y alojarse con su prima Laura y su familia. En ese tren alguien muere, ¿cómo no? Los ingleses y sus trenes. La cosa le obsesiona, unos versos a mano en un periódico del joven fallecido y Grant viaja hasta las mismas Hébridas siguiendo: “Las bestias que hablan los arroyos que se estancan las piedras que caminan las arenas cantarinas …” Y ya tenemos a Alan desplegando su intelecto, su elegancia y sus genialidades. Una se enamora, es lo que toca, y de paso me divierto un montón. Otro éxito de Josephine Tey, la pena es que acaben. |