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Regreso a ti, Alfonsina, como quien después de un arduo exilio, retorna a casa para calentar su alma junto al fuego y sacar todas las penas que la vida le deparó. No llego como un extraño, sino como alguien que anhelaba el dulce sonido de tus versos y la imagen de tus poemas. Regreso a ti, Alfonsina, como quien extraña a un ser querido. Desde que te leí por primera vez, supe que cambiarias mi vida; ahora que te vuelvo a leer, comprendo más tus sentimientos, tu sonoridad, tus alegorías y, en general, tu poesía. No como una manera de escribir, sino como una manera de vivir. Entiendo tus soledades y tus tristezas; entiendo tu agobio por el encierro de una ciudad muriendo; entiendo tu inmutabilidad ante ese pensamiento de muerte; pero entiendo también que tu fuerza y tu voluntad, aspectos que te llevaron a ser tan tú, tan fuerte, incluso en la hora final. Amo tu poesía, heredera del modernismo, pero sin la presunción del cisne dariano, la musicalidad de tus rimas no es el estruendo trompeo del cielo, sino la leve brisa, el rio fluyente, o la ligera lira de quien está aprendiendo a vivir; son tus imágenes no un campo inmenso o el bosque enorme, sino la delicada rosa que renace todas las primaveras, o la lacónica luz de luna que, sin quemar, ilumina el alma. Ay, Alfonsina, tienes una poesía tan mágica, tan fuerte, pero tan sensible y tan bella que simplemente me acongojas el corazón. |
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