Creo que lo he dicho en varias ocasiones, pero ha sido abrir este libro y sentirme en casa una vez más. Cansada tras un largo viaje me he quitado las botas, los calcetines, he meneado un poco los dedines de los pies y he suspirado. Hogar, dulce hogar. El weir de Hermiston es una historia de lo que pudo haber sido (y yo me quedé con ganas de leer) y no fue, pues era la novela que estaba escribiendo (más bien dictando ya) cuando su cuerpo dijo "basta". Y a pesar de ello nos regala la que, quizá, es su mejor escena romántica (o sin quizá porque no se le daban especialmente bien) y un inicio que te deja la miel en los labios cuando sabes lo que se traía entre manos. |