Estuve en Edimburgo en agosto (hace unos ocho años) y ese mismo mes recorrí Escocia. Paseé las misteriosas calles en un Edimburgo nocturno, busqué esquivos fantasmas y me topé con Holmes. Recorrí un Edimburgo diurno, lleno de la alegría de su festival y de ese temperamento un tanto melancólico de su gente, tan parecido al de los gallegos los días otoñales. Me convertí en una highlander y busqué (sin éxito) a Nessie. Intenté (también sin éxito) ser una auténtica lowlander y lo único que logré fue darme cuenta que no entendía el 80% de lo que me decían. Estos días he vuelto (virtualmente) a recorrer calles y lugares de Edimburgo que conocía, pero los he visto con unos ojos distintos, más viejos y experimentados, y no porque hayan pasado ocho años sino porque los ojos que me han guiado y la mano que me ha ido enseñando la ciudad desde otra perspectiva es la de nuestro Louis. |