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Estamos poco acostumbrados a la literatura infantil que no sea estrictamente española o anglosajona, y ¡ey, ey! aquí un producto de dos autores bosnio-alemanes que, por atrevido y rompedor, se merece una oportunidad en la biblioteca de nuestros hijos. Los autores realizan un derroche de imaginación alocada. Esta imaginación que tienen los niños cuando les pides, por ejemplo, que te inventen una máquina y ellos te crean "la máquina que vuelve buenos a todos los malos", "la máquina que cura todas las enfermedades" o "la máquina de juguetes infinitos". El protagonista del libro nunca sabe dónde va a acabar. Cada vez que coge un taxi se trata de una locura aún más grande, como si de Alicia entrando en el país de las maravillas se tratase. Puede que el taxi esté hecho de queso y lo conduzca un ratón, y se dirija a la luna; puede que en el taxi haya una jirafa triste que te cuenta su historia; puede que el taxi se cruce con un barco pirata y te obligue a vivir una aventura; o puede que el propio taxi sea un jaguar que marcha a toda velocidad. Nunca sabes qué te vas a encontrar al pasar la página, y eso es algo que emociona a los niños. Por extensión, lo recomiendo para lectores independientes de siete años en adelante, o bien para primeros lectores de seis años o menos, siempre y cuando lo lean con los papis, pues va a ser también una gran experiencia. La edición de Takatuka en tapa dura es magnífica en formato grande, y las ilustraciones de Spitzer son coloridas y adecuadas, emulando un estilo que se asemeja al de los propios niños al dibujar. Insisto en que el libro me ha parecido un acercamiento a la forma de inventar, pensar, narrar y dibujar de los propios niños. Un acierto, a juzgar por los comentarios que, cada mañana, me hacía mi hijo después de leerse dos o tres capítulos. Hemos jugado durante días a inventarnos taxis aún más locos que los del libro. Y, oye, donde opine niño, ¿qué objeción vamos a poner nosotros, los adultos? |
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