¿Quién le teme al lobo feroz?

Cuando vi que Blanca Santoro, compañera de reseñas literarias había escrito un libro, no pude evitarlo.
La curiosidad mató al perro.

La apasionada lectora de novelas románticas frente al negacionista de las mismas.
Pensamos que podía ser divertido e incluso tenía en mi cabeza un inicio marca de la casa para esta reseña.

Pero, ¡por Santa Cachucha! que al empezar a leer, la idea preconcebida se convirtió en bruma, hasta no quedar otra que resucitar al perro.

Todo porque la breve y por ello dos veces excelente novela de Santoro, utiliza el romance como actor secundario, importante, sí, pero nunca por encima de las luchas personales de los protagonistas, siendo aquí donde acaba la broma y comienza el drama.

Lucía, que cuestiona, no sin razón, la necesidad de que un leñador acabe con el lobo cuando podría haberlo hecho la propia Caperucita, huye del hogar y se encuentra en una playa anónima.
Ella es el sur.

Una rebeldía que eriza la piel cuando sabemos contra quién, o más bien, su qué.
El maltrato. La violencia de género o machista, da lo mismo el nombre.
Perdemos mucho tiempo en poner apellidos mientras el mal, sigue su curso.

El dolor físico siempre viene acompañado del miedo, y después, la vergüenza, y sobre todo, la culpa. El primero lo esconde con un chal rojo. Nunca tan poca cosa dijo todas.

El norte es Alejandro, que lo ha perdido. Escritor de un solo libro que le llevó al éxito de inmediato. Y al fracaso, pues a su playa lo único que llegan son dudas, y mosquitos a los que les pone nombre. Ahí se acaba su ingenio. Las musas están en paradero desconocido.

La autora posee magia en los dedos. Escribir, es el arte de escoger palabras, ordenarlas. Darles música y alma para contar una historia.
Seducir con susurros y guardar los silencios oportunos.
Y es que, hay una distancia abismal entre la literatura y los penes gran formato que salen y entran en vaginas gigantescas con todo lujo de detalles.
A Blanca no le hace falta, porque sus personajes, abrasan .

Una obra escrita con frescura y delicadeza, que es capaz de llevarte a muchos rincones, en un solo oleaje.

Reconozco que leí este libro con el botón del pánico bien cerca, y, que este, cayó al suelo en la primera página.