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Yamilet quiere que la conozcan por su impecable raya del ojo y no por ser una de las únicas lesbianas en su nuevo instituto católico. Pero es difícil fingir ser heterosexual cuando Bo, la única chica abiertamente queer en la escuela, es tan irritantemente perfecta y, bueno..., tan atractiva. Yami tiene claras sus prioridades: mantener a su hermano lejos de los problemas, enorgullecer a su madre y, lo más importante, no enamorarse. Pero, para lograrlo, tendrá que empezar a comportarse como las chicas heterosexuales, aunque eso nunca se le ha dado demasiado bien… La historia es la de muchos otros libros de romance juvenil, lo que hace que sea bastante predecible, pero el camino hasta lograr el “final feliz” es bastante escabroso en esta ocasión. Yami trata de ocultar quién es ante el miedo de ser juzgada y rechazada no tanto por desconocides, sino también por su propia familia, extremadamente religiosa. Esto hace que se produzcan situaciones un tanto frustrantes, pero que son comprensibles teniendo en cuenta su situación. La evolución de Yami es bastante pobre y puede llegar a ser una protagonista exasperante, a la que el resto de personajes llevan de la mano. Además, la falta de comunicación entre ella y su hermano provoca algunos problemas que podrían haberse solucionado si simplemente hablasen, lo que hace que algunos temas muy importantes acaben empañados. Sin embargo, este libro no deja de tener un importante mensaje sobre el amor, la tolerancia y la salud mental. En conjunto, es una obra cuya protagonista me ha cansado en algunas ocasiones, pero que me ha mantenido enganchada por el realismo de lo que ocurre. Los problemas que sufren los protagonistas, por desgracia, continúan ocurriendo, y este libro logra transmitir un mensaje sobre la importancia del amor y de quererse a uno mismo. Irbis. |
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