InicioMis librosAñadir libros
Descubrir
LibrosAutoresLectoresCríticasCitasListasTest
>

Crítica de Guille63


Guille63
16 March 2023
Cuando empecé a leer “En busca del tiempo perdido”, por lo que había oído de la obra y por la famosa anécdota de la magdalena, creí, como seguro que les pasó a muchos de ustedes, que el título hacía referencia a esa experiencia, no siempre grata, por la cual un tiempo ya casi olvidado nos asalta, nos inunda la mente trayendo consigo toda una cadena recuerdos que parece no tener fin. Y en esta idea me mantuve durante los dos primeros tomos. Sin embargo, con el tercero surge un nuevo sentido para el título, y este, sin sustituir al otro, se establece definitivamente en esta cuarta entrega.

Según esta nueva interpretación, Marcel nos muestra su profundo arrepentimiento por todo el tiempo perdido en perseguir y asistir a todas esas tediosas reuniones sociales en las que «la cuestión no es, como para Hamlet, la de ser o no ser, sino la de estar o no estar», nos hace ver su pesar por el acatamiento de sus ceremoniales y formulismos, por mantener tanta conversación intrascendente, cuando no simplemente maliciosa, por interesarse por todas aquellas pequeñas y miserables rencillas, en pasar por alto los grandes y desagradables horrores. Cuántas veces, pasado el tiempo, no se habrá apesadumbrado con aquel consejo que le dio alguien una vez.

“Cuando tenga usted mi edad, verá que es muy poca cosa, la alta sociedad, y lamentará haber atribuido tanta importancia a esas naderías.”

Marcel se reconcome por el tiempo gastado en perseguir a «las majestuosas doncellas de casas de alcurnia», «vulgares y magníficas», o a aquellas de las que se enamoraba con la mera lectura de su nombre en una crónica de baile, cuando era del amor y solo del amor del que siempre estuvo enamorado. Cuantas veces no se habrá repetido así mismo este mismo pensamiento:

“…después de las grandes fatigas carnales, la mujer cuya imagen obsesiona nuestra momentánea senilidad es una a la que casi no haríamos otra cosa que besar en la frente”.

En cualquier caso y por mucho que se arrepintiera años después, no me cabe duda de que no dejó ni un momento de disfrutar de la decadencia de ese mundo, del aristócrata que se apagaba y del burgués que lo iba sustituyendo a su imagen y semejanza, de ese teatro en el que los actores se esforzaban por poner «la mirada perdida del modo que, a su juicio, mejor hacía resaltar la belleza de sus pupilas», en el que se alababa a las personas discretas, esas «a las que encontramos cuando vamos a buscarlas y el resto del tiempo se dejan olvidar», un mundo en el que lo que se aprende no interesa, en el que las personas agradables le dejaban frío, en el que si uno se moría era como si nunca hubiera existido, en el que se mofaban de los ocupados por su trabajo, en el que la ociosidad les iba haciendo más y más crueles. Una crueldad y una maledicencia, es cierto, de la que ahora disfrutamos nosotros.

“Aquella nariz del Sr. de Cambremer no era fea, más bien demasiado hermosa, demasiado grande, demasiado orgullosa de su importancia. Aguileña, bruñida, reluciente, nuevecita, estaba del todo dispuesta a compensar la insuficiencia mental de la mirada; por desgracia, sin bien los ojos son a veces el órgano en que se revela la inteligencia, la nariz -sea cual fuere, por lo demás, la solidaridad íntima y la repercusión insospechada de las facciones una en las otras- suele ser el órgano en que se despliega más fácilmente la tontería.”

Y entre esos grandes y desagradables horrores que comentaba antes, uno que centra buena parte de esta nueva entrega y que hasta le da título es el de la homosexualidad, tanto masculina como femenina.

“Se trata de una raza sobre la que pesa una maldición y que debe vivir con la mentira y el perjurio, puesto que su deseo, lo que representa para toda persona la mayor dulzura de la vida, está considerado, como sabe, punible y vergonzoso, inconfesable.”

Y junto a este, otro horror, una enfermedad que sin duda le atormentó a lo largo de toda su vida, los celos. Un mundo cerrado, una atmósfera cargada en la que «La persona amada es sucesivamente el mal y el remedio que suspende y agrava el mal», en el que su espíritu creador solo sirvió para exacerbar sus miedos y tormentos, en el que el atisbo de cualquier indicio le provocó tanto dolor por saber como alegría por corroborar lo rumiado tanto tiempo. El celoso lo sacrifica todo en la persecución de fantasmas, se emborracha de sospecha, cae una y otra vez en el «error de considerar una posición más cierta que las otras sólo porque fuera la más dolorosa». Y lo que es más grave, hiere y denigra a su pareja por ser la fuente de su dolor haciendo de Albertine una mujer utilizada y maltratada.

Y pese a todos estos puntos interesantísimos y otros muchos, entre los que no se quedan atrás los momentos jocosos, como los protagonizados por los empleados del hotel o los comentarios a ellos dirigidos, Proust puede ser tremendamente divertido cuando se lo propone, he de decir también que es la primera de las cuatro novelas que llevo leídas en las que he pasado en diagonal por un buen puñado de páginas, y eso que ya había asistido a unas cuantas de las interminables veladas de los Guermantes y compañía. En definitiva, que esta es la que menos me ha gustado hasta ahora, lo que, sin embargo, no me ha quitado en lo más mínimo las ganas de seguir leyendo esta monumental y maravillosa obra.
Comentar  Me gusta         00



Comprar este libro en papel, epub, pdf en

Amazon ESAgapeaCasa del libro