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"A mí nunca me obligaron a comer testículos humanos ni a otro ser humano ni a ver como se comían los cerdos a mis conciudadanos. No. En lugar de eso, hui. Eso hice. Esa es mi historia. Dejé atrás a mi madre, a mi padre, a mi hermano, a mi primer amor. Eso es todo no hay más." Nuevamente, el sentimiento de culpa por haber sobrevivido al conflicto, en este caso, el conflicto de los Balcanes. En la narración, Prcic nos va a mostrar lo atroz que fue aquello, lo impensable que era pocos años antes de que aquello sucediese, cómo unos dirigentes pueden encaminar a toda una población hacia la locura absoluta, cómo toda una generación de jóvenes perdió su juventud mientras algunos vivíamos la nuestra tranquilamente y a no muchos kilómetros. El narrador de la novela (alguien que bien pudiera haber sido el propio autor) nos introduce en un juego de desdoblamiento de varios personajes que pudieran ser uno solo pero viviendo en esos posibles mundos paralelos que se formarían ante cualquier decisión que tomamos. Nunca estamos seguros de la verdad de lo que cuenta o de a quién corresponde esa verdad que nos cuenta o si incluso fue real esa, no obstante, verdad que nos cuenta. Un juego en el que todo sucedió o pudo suceder y que empieza a ser narrado como terapia contra la locura del narrador, que crea una historia, su historia, convincente, dolorosa, bella, angustiosa, humorística, tierna, emocionante (en un amplio sentido del término) y con toda la fuerza que es capaz de poseer la tragedia de lo vivido. Y en ese desdoblamiento, en ese cuestionamiento de la culpa, el autor parece destinar un mejor destino a aquel que vivió el horror hasta sus últimas consecuencias que al que huyó del horror y no participó del despropósito. Una muy buena novela, increíble que sea la primera del autor, que te mantiene pegado a sus páginas de principio a fin. |
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