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“𝔼𝕝 𝕦𝕟𝕚𝕧𝕖𝕣𝕤𝕠 𝕙𝕦𝕖𝕝𝕖 𝕒 𝕞𝕖𝕝𝕠𝕔𝕠𝕥𝕠𝕟𝕖𝕤 𝕞𝕒𝕕𝕦𝕣𝕠𝕤”. Hacía tiempo que tenía en mi eterna estantería de pendientes esta maravillosa antología de relatos de Arantza Portabales y cuando finalmente me decidí a leerlo me sorprendí a mí misma ventilándomelo en una tarde. Porque sus historias enganchan y en cuanto te das cuenta de que en todos los relatos hay además un guiño a otro de los relatos, interconectados de manera sutil, no puedes parar hasta buscar todas las conexiones entre ellos. Te conviertes en un adicto en busca de esa palabra, ese personaje, que conecta las líneas entre los puntos, como en aquellos pasatiempos de cuando era niña que luego te mostraban un dibujo… bueno, no es exactamente así, pero parecido. Tienen un punto de ternura, pero a la vez son brutales, sorprendentes, te hacen pensar… algunos duelen. Mucho. Y todos te llevan a las profundidades de mentes dañadas, dolientes, perversas o incomprendidas, perdidas… No sabría decir cual de los relatos me ha gustado más, quizás me quede con 𝑬𝒏𝒕𝒓𝒆 𝑩𝒍𝒂𝒄𝒌𝒊𝒆 𝒚 𝑪𝒉𝒊𝒏𝒂, que me emocionó y casi me hizo llorar, o con 𝑷𝒐́𝒔𝒊𝒕, un relato lleno de ternura, o con 𝑪𝒍𝒂𝒄, que me llenó de horror y al acabar de leerlo me quedé pensando… ¿qué? Me dolió. Incluye también aun relato ¿precuela? de la última novela de la autora, con Úrsula Bas como protagonista. Está claro que ahora tengo que leerme 𝔹𝕖𝕝𝕖𝕫𝕒 𝕍𝕖𝕣𝕞𝕖𝕝𝕝𝕒 y 𝔸 𝕧𝕚𝕕𝕒 𝕤𝕖𝕔𝕣𝕖𝕥𝕒 𝕕𝕖 𝕌́𝕣𝕤𝕦𝕝𝕒 𝔹𝕒𝕤. Pero antes quiero ponerme con 𝔻𝕖𝕚𝕩𝕖 𝕒 𝕤𝕦́𝕒 𝕞𝕖𝕟𝕤𝕒𝕩𝕖 𝕕𝕖𝕤𝕡𝕠𝕚𝕤 𝕕𝕠 𝕤𝕚𝕟𝕒𝕝. ¿Y tú has leído a Arantza? |
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