 |
El lugar de origen de nuestros padres nos marca mucho más de lo que creemos, a pesar de que no hayamos pisado jamás ese lugar. Ellos, como personas que huyeron de su hogar para construir un mañana mejor, no dan muestras de su añoranza, del dolor que ha provocado la muerte de sus seres queridos allá, tan lejos. Las calles en las que emprendimos de nuevo la vida cambian con el paso del tiempo, se destruyen, se elevan, desaparecen del horizonte y se vacían como la sala de un teatro cuando acaba la función. La tierra prometida tiene que ser suficiente, debe hacernos felices. Agradecer las múltiples oportunidades que el país de acogida nos ha brindado es lo mínimo que podemos hacer. Pero las promesas suelen incumplirse, hasta un país puede hacer eso. Y cuando se acerca el final del camino, cuando ya no queda nada con lo que soñar, aquella tierra lejana reaparece y se convierte, de repente, en el único lugar en el que te gustaría estar. |
>
