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Como punto de partida, tenemos a Julian, un joven que le hace una videollamada a su abuela Sara, con el objetivo de conocer, con más detalles, su historia durante la guerra. Su abuela accede a contársela, a pesar del dolor que le produce recordar esa época. Sara cuenta, en primera persona, cómo vivió la Segunda Guerra Mundial desde el momento en el que Francia se rindió a Alemania en junio de 1940, dejando el país dividido en dos zonas: la ocupada y la libre. Pese a que a Sara vivía con sus padres en la zona libre, pronto su mundo cambiaría. Ella era una niña un poco mimada, con unos padres maravillosos a los que les iba muy bien en sus trabajos, hasta que la situación se vuelve peligrosa: los judíos empiezan a vivir diferentes restricciones y lo que empezó siendo una privación de derechos termina convirtiéndose en una persecución en toda regla. Dentro de todo ese caos que viven los judíos y el antisemitismo al que se enfrentan, Sara empieza a plantearse que su mundo no es tan idílico como ella pensaba. Un día, de repente, los nazis se presentan en su escuela y esto ocasiona el comienzo de una época triste, donde la soledad será su aliada y donde su imaginación jugará un papel importante. Hablar de la historia de Sara es hablar de la injusticia y la masacre que vivieron los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Es hablar de la esperanza gracias a la amabilidad y a la hospitalidad de los que la ayudaron. Es hablar de la tristeza y la rabia por todo lo que tuvieron que sufrir y todo lo que se perdió en el camino. Leer esta historia ha sido como un disparo que pasa rozándote el corazón. Es conmovedora, injusta pero, al mismo tiempo, esperanzadora pues esconde un mensaje que me ha impactado: lo que está hecho no se puede deshacer, pero se puede evitar que vuelva a suceder. Hay que luchar, siempre, por no repetir la historia. |