El año del verano que nunca llegó

La banda que las editoriales acostumbran a colocar sobre las guardas, estrangulando los volúmenes, y de las que hay que deshacerse inmediatamente antes de leer los libros y por supuesto antes de leer las propias bandas (yo no lo hice en esta ocasión), proclamaba que se trataba de “una novela fascinante sobre la creación del mito de Frankenstein”; afirmación que de ninguna manera responde a - y por supuesto no consigue abarcar en su totalidad - la realidad del libro, mucho más rica. La obra que yo he leído no es una novela, o mejor no es sólo una novela. Una corriente de poesía atraviesa el texto, congelando, entibiando o abrasando al lector a su antojo. También el llamado ensayo (si es que, como leí cierta vez, el ensayo equivale a una obra que propone u ofrece un proceso de reflexión) está muy presente, aún diría que casi omnipresente. Está desde luego el relato histórico, apenas novelado, la biografía, y también la novela, por supuesto.
Mi opinión es que el autor propone tres relatos, en el sentido de tres corrientes narrativas que fluyen en general paralelas, pero también encontrándose y separándose de nuevo a lo largo de las páginas: uno de ellos se refiere a las circunstancias que hicieron posible, o que determinaron, aquella reunión - “la reunión” - en Villa Diodati a orillas del lago Lemán. El segundo en el orden que me marco ahora, es el relato de la propia investigación que, durante años, tuvo ocupado a Ospina tras las huellas de los personajes históricos, investigación que condujo – dirigió - su creación literaria y que desentrañó las historias vitales de estos personajes, sus relaciones y los propios hechos. Por último, pero no último, el relato en sí; el nacimiento de los monstruos, los antecedentes y las consecuencias; insospechadas algunas, propicias o nefastas otras, pero casi siempre sorprendentes. El romanticismo naciente en toda su furiosa y apasionada crudeza.