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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
28 November 2017
Matemos al tío es, básicamente, una gozada de libro. Voy a ponerme cursi: es encantadoramente oscuro y tenebrosamente encantador, arrebatadoramente escalofriante y estremecedoramente arrebatador.

Así, por no andarme con rodeos: de lo mejorcito que he leído este año. Qué feliz soy :)

La acción transcurre en Canadá, en una Isla sin más nombre que ese, lugar en el que no habita ningún niño. Ninguno. Hasta que llegan Barnaby y Christie para ponerlo todo patas arriba. Ambos rondan los diez años y están completamente desmadrados, alterando el tranquilo orden que impera entre los habitantes de un lugar sosegado y pacífico. Él es huérfano y va a pasar el verano con su tío; ella, Christie, va a pasar las vacaciones con la señora Nielsen, otra habitante de la Isla. Por diversas circunstancias Barnaby debe alojarse con un matrimonio, los señores Brooks, porque su tío no ha hecho acto de presencia. A estos cinco personajes hay que añadir al joven, apuesto y omnipresente sargento Coulter, de la Real Policía Montada del Canadá, que se convertirá en ídolo objeto de adoración por parte de los dos pequeños y que junto a ellos, forma realmente el trío protagonista de la historia.

A pesar de que la historia atrapa desde la primera página, O'Grady se toma su tiempo para llegar al meollo de la trama, meollo que a pesar de todo es completamente revelado en el mismísimo título de la novela. Barnaby no solo es huérfano, sino que heredará 10 millones de dólares cuando cumpla 21 años. Y esconde un secreto, uno que le hace a veces comportarse del modo destructivo en que se comporta: está seguro de que su tío quiere matarlo para hacerse con ese dinero. Decide contárselo a su nueva mejor amiga, Christie, y ella, en lugar de desconfiar de él o no creerle, le dice que no hay mejor modo de evitar ser asesinado que asesinando primero a su tío. Y a ello se ponen, cueste lo que cueste, haciendo uso de quien crean necesario, y todo ello haciendo gala de unos razonamientos que ponen a veces en duda una inocencia que, por otra parte, está patente de una manera taimada pero incuestionable. Son adorables, y al mismo tiempo rebosan una insensibilidad atroz ante las consecuencias de sus actos.

Y en este contexto, con unos niños que, irónicamente, al tiempo que planean un asesinato aprenden a serenarse y comportarse civilizadamente, con un sargento Coulter que no es capaz de ver lo que tiene ante sus ojos mientras anda preocupado por amistades que le decepcionan y enamoramientos que duran una década, con un sufrido puma que está hasta el moño de la humanidad y tiene que aguantar estoicamente a estos dos bribones recién llegados a la isla, y con un tío que si se quita las gafas de sol te hace vislumbrar de frente las puertas del infierno, asistimos a una narración de la que se disfruta de principio a fin, que te engancha como solo las buenas historias consiguen hacerlo, y que además se queda en la memoria. Es una historia de las que sabes que siempre recordarás, sin importar el tiempo que transcurra.

No quiero dejar de mencionar, y al hilo de lo que ya he comentado de que en la Isla no hay ningún niño, que en la historia están muy presentes las dos guerras mundiales, aunque por cercanía temporal, prevalece la Segunda. Todos los hombres de la isla que batallaron en las dos guerras murieron en el frente. Absolutamente todos ellos... menos uno, el ya mencionado sargento Coulter, y ya sea a través de él y de la carga que tiene que soportar desde hace una década por ser el único que volvió, o de los Brooks, que diez años después siguen viviendo en una especie de altar permanente a su hijo, a lo largo del libro están patentes las consecuencias de la guerra en un país en el que a priori nunca pensamos cuando lo hacemos sobre estas contiendas. No es que sea predominante ni que imponga drama a la historia, y ni siquiera es relevante salvo a nivel de personajes, porque nos hace comprenderlos un poco mejor y nos sitúa ambientalmente en un lugar pequeño y cerrado donde hay menos alicientes que hagan cicatrizar más rápidamente las heridas... pero está. de hecho la gente desde fuera comenta que la isla está muerta, gafada, maldita, aunque sus habitantes no parecen ser conscientes de ello.

La edición de Impedimenta es preciosa como siempre; además de la sobrecubierta, la cubierta lleva la misma imagen un poco más ampliada e incluye una postal/marcapáginas con la misma imagen. La curiosidad de esta edición es que han conservado la cubierta original (que os pongo por aquí en una imagen para que la veais porque la incluye la edición en su interior), y que además la han mejorado, por así decirlo, coloréandola con mucho acierto en la parte de los tres protagonistas de la imagen. Cualquier otra portada que hubiesen escogido ellos por su cuenta no hubiese podido mejorar a la original.

Me arrepiento mucho de no haberlo leído antes porque, como tantos otros libros, llevaba esperando en la estantería así como año y medio. Me acordé de rescatarlo gracias al mes temático de noviembre, donde tienen cabida novelas en las que sus protagonistas sean niños, y se ha convertido en una de mis lecturas favoritas de este año al que le quedan dos suspiros.

Pero que nadie se lleve a error. No es un libro infantil. Más bien al contrario. No comparto la definición de gótica que creo que tiene la novela (más que nada porque puede dar lugar a anticipar escenarios y ambientaciones que no existen en ella), pero sí que es muy sombría a ratos y con un punto bastante pérfido, y eso que casi toda la historia (salvo escenas contadas) transcurre a la luz del día y con un tono que en la forma disiente mucho del fondo, porque la autora es una auténtica maestra disfrazando la crueldad en conversaciones aparentemente inocentes y carentes de maldad.

Me cuesta un mundo no explayarme más porque me ha encantado, pero no quiero ponerme pesada. Lo más importante está claro: lo he disfrutado mucho. Muchísimo. Matemos al tío es un gran libro. Una joyita.
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