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Siendo consciente de que quizá soy demasiado prejuiciosa con la literatura del país, puedo decir con entusiasmo (y cierto alivio) que sí me ha gustado la escritura de Nosaka, arraigada principalmente en el trauma de la ocupación americana en la Segunda Guerra Mundial. En la primera de las novelas nos muestra la historia de Seita, un niño que tuvo que hacerse cargo de su hermana pequeña y asumir la responsabilidad de sobrevivir, no solo por él, sino por lo que queda de su familia. Una historia breve pero suficiente, que no da de sí un argumento que hubiera sido quizá más explotado por otros escritores, pero que Nosaka enarbola con dignidad, como una muesca en el billete del recuerdo. Es cierto que sabe a poco, pero el regusto es agridulce y duradero. En la segunda novela, partiendo de un escenario similar, esta vez ya perteneciente al pasado, nos enseña precisamente cómo esos resquicios del miedo y del rencor marcan profundamente el presente de una familia japonesa que recibe la visita de un matrimonio americano; un encuentro que pondrá de manifiesto la distancia entre las culturas, la reconocida sumisión del que fue vencido frente al que parece no tener rival. Este texto se mueve con soltura entre la dureza y el sentido del humor, hasta llegar a olvidar por momentos que no es una mano occidental quien lo crea. No es fácil rebuscar en una herida que no está solo en tu propia piel, sino en la piel de la historia, pero creo que Nosaka lo hace con tiento pero sin miramientos, justo en el punto de equilibrio entre aquello a lo que no podemos mirar a la cara y el ojo resignado del espanto que permanece fijo hasta la última de sus consecuencias. Enlace: https://www.instagram.com/p/.. |
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