Luz de Candelas

De la mujer de más alta cuna a la más humilde lavandera, todas cantan la coplilla, mientras suspiran para que una noche, les entre a robar Luis candelas.
Chulo. Pero de esa chulería agradable, que gusta y enamora.
Levanta tantas pasiones como faltriqueras, y entre asalto y hurto, no recuerda cuantas faldas dejó en el camino.
Es el héroe del pueblo. Un bandolero. Una leyenda con mucha fachada y una buena dosis de puro teatro.

Madrid se asfixia, entre Borbones que traicionan su propia palabra, absolutistas acomodados que no quieren perder su estatus y liberales con los bolsillos llenos de sueños y telarañas.

La ciudad que, harta, se revela contra los franceses del felón Fernando un dos de Mayo, con picos, palos y tijeras. Madrid se llena de sangre, dejando herido a su pueblo y marcado, de por vida a Candelas.

Pero la novela empieza en una pequeña cárcel. Un niño de 10 años, hijo del alcalde observa, con ojos brillantes, a la leyenda.
Un infante bajo una protección estricta de su progenitor, que para una vez que sale de casa, la liará parda. Pepe es su nombre, y frente a él un don Juan. ¿Quién sabe si su Tenorio?
Y es que este inocente, ingenuo y hasta tierno Pepe, no es otro que José Zorrilla.
Un niño que se debate entre la lealtad hacia su padre y la admiración a su héroe.
Tendrá que elegir, pues ambas son incompatibles.

Si la autora perfila de forma excelente al ladrón de guante blanco, con Zorrilla está memorable, creando un personaje inolvidable.

Ana B. Nieto, de pluma va sobradísima. No es que escriba bien, sino lo siguiente. La literatura se rinde a sus pies. Hay pasajes de pura genialidad como el que aparece en su página 17.

"Pero ahora que he descubierto las novelas me agarro a cada texto como una tabla de salvación. ¡Salvemos el corazón! ¡Los sonetos y redondillas, primero! ¡A sus puestos, marineros!"

Esto, en su contexto es doblemente mejor, y mira que no soy de citas en una reseña.

Dentro de la novela hay sitio, también, para la metaliteratura a través de una librería siempre en el brete, tratando de burlar las prohibiciones literarias del ministro Calomadre.

Es cierto que no estamos frente a una obra de acción trepidante, aunque algunos momentos tiene, pero Nieto saca petróleo del romanticismo de la época, donde la fuerza está en sus personajes, y la esencia en Madrid y sus calles.

La vida no es más que una obra de teatro con un inmenso decorado que representamos como buenamente podemos, frente a un público, que a su vez, forma parte del reparto.

Y esto, se respira a pleno pulmón en Luz de Candelas