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Sabía que La montaña en el mar tenía altas posibilidades de conquistarme, pero no esperaba descubrir una lectura tan inmersiva y profundamente reflexiva, que me sumergiera en un entorno idílico que al mismo tiempo resultase duro y hostil. Nos situamos en un futuro cercano de corte distópico, marcado por el cambio climático y el desastre medioambiental, para tratar de mirar más allá de nuestro propio ombligo y especular sobre temáticas tan complejas como la identidad o la naturaleza de la consciencia. No la humana, o no únicamente, sino la de todo ser vivo. También sobre el lenguaje y la comunicación. Sobre cómo nuestra configuración física, nuestra percepción del mundo y nuestras costumbres moldean nuestro lenguaje. Y cómo ese lenguaje moldea a su vez nuestro cerebro, nuestra manera de enfrentarnos a las situaciones o incluso nuestra sociedad. Sobre las diversas formas de percibir el mundo que nos rodea y la importancia del cómo ese mundo, a su vez, nos percibe a nosotros. Sobre identidades propias y ajenas, así como esa eterna pregunta, tan recurrente en la ciencia ficción, de qué es lo que nos hace humanos. Un libro que demuestra que no necesitamos otros mundos para despertar el sentido de la maravilla, pues lo podemos encontrar en los lugares más inesperados. Y que me recuerda, una vez más, por qué adoro este género tan incomprendido e injustamente denostado. |
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