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La autora te atrapa en su primera novela desde la página número uno. No pude evitar consumir a un ritmo acelerado cada línea de esta especie de diario ficcional en el que la protagonista expone todos sus pensamientos, angustias, y frustraciones. En ella he encontrado pequeñas frases con derecho de ser recordadas, y reflexiones sobre el paso del tiempo, los vínculos familiares que se marchitan, se regeneran o, inevitablemente, mueren. La historia es sucinta y directa, sin ornamentos o pretensiones. Por lo que la trama se plantea en las primeras páginas: la muerte de una madre, una pérdida que nuestra protagonista debe asumir, pero que pone en evidencia la relación que construyó con su familia, con sus amistades y también con ella misma. La narradora de sus pensamientos y vivencias oscila entre su casa, la de su familia y la de sus suegros, pero no siente ningún lugar como suyo propio. Existe una distancia entre ella y los demás, aunque de quien no puede distanciarse es de sí misma. En su interior transita un vacío existencial. No he terminado de conectar del todo con la forma de escribir de Ana Navajas. A veces esperaba un poco más de poesía a la hora de narrar o un poco más de profundidad en las descripciones, en lugar de utilizar frases tan concisas y secas. Sin embargo, admiro como construye el silencio de una forma tan inteligente o su manera de usar los diálogos. Una historia breve y ágil pero no por ello liviana. Ana Navajas esboza una burbuja que ni aburre ni asfixia, a través de soliloquios e hilos mentales. Lo único que ella busca entre tanto ruido es lo mismo que a veces buscamos todos: estar un rato callados. |
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