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Crítica de Guille63


Guille63
02 February 2024
“… la campana tañe a veces en el fondo del lago, y si se oye, presagia una muerte”

Con su habitual ritmo lento y reflexivo, con el tono entre serio y cómico que es marca de la casa, Murdoch trata en esta su cuarta novela los temas acostumbrados —la bondad, el amor, la verdad, la amistad, la libertad, la espiritualidad— en esa mezcla tan maravillosa de embrollos vodevilescos e intensas luchas morales de los protagonistas que, digámoslo también, no siempre actúan de una forma fácilmente comprensible, buscando, creo yo, el efecto en el lector que se deriva del hecho incuestionable, según Murdoch, de que el carácter inagotable de las personas es lo que nos enamora.

En un contexto religioso —una comunidad laica asociada a un convento de monjas de clausura—, se contraponen dos modelos de vida:

“El principal requisito de una vida de bien es vivir sin ninguna imagen de uno mismo”
“El principal requisito de una vida de bien es tener una idea de las propias posibilidades”

Dos formas bien distintas de entender al ser humano y su forma de estar en el mundo. Uno resalta nuestra inclinación natural a tomar siempre las peores decisiones y la necesidad, por tanto, de contar con una precisa guía de actuación que ha de cumplirse sin cuestionamiento alguno.

“¡Qué falsedad es decirles a nuestros jóvenes que busquen experiencia! ¡Más bien habría que decirles que valoren y conserven su inocencia…!... ¿Y cuáles son las señales de la inocencia? El candor, palabra maravillosa, la sinceridad, la sencillez, un dar testimonio involuntariamente… Una campana se hace para que suene ¿Cuál sería el valor de una campana que nunca fuera tañida? Suena con claridad, da testimonio, no puede hablar sin que parezca una llamada, una cita…. Consideremos también su sencillez… todo lo que hay en ella es claro y abierto; y si la mueven, debe sonar.”

En el otro se impulsa a mirar dentro de uno mismo en el convencimiento de que todos, como criaturas del señor, disponemos de un radar sobre lo que está bien y lo que está mal, aunque cada uno tenga su particular forma de verlo.

Por estas dos vías van a transitar los caminos de los diversos personajes con mayor o menor fortuna, y no siempre de forma deliberada pues sus impulsos y sentimientos con frecuencia les desbordan, especialmente los sexuales con su, muchas veces, humillante exigencia y premura.

“Mediante una dialéctica que conocen bien aquellos que habitualmente sucumben a la tentación, pasó en un segundo del momento en que era demasiado pronto al momento en que era demasiado tarde para luchar”

Los encargados de levantar el telón e hilo conductor de toda la historia son el extraño matrimonio formado por Dora y Paul. Ella es irreflexiva, alocada y vital, uno de los seres inocentes de esta historia (el tema de la inocencia y su quebrantamiento es un punto crucial de la novela). Se casó con él deslumbrada por su aire de autoridad, por su integridad y rectitud, también un poco por su dinero. Su agradecida sumisión es lo que él cree merecer de ella, a quién dice amar aunque es más bien la imagen que ella le devuelve de sí mismo el verdadero objeto de su amor.

Michael Meade, el verdadero protagonista de la novela, es el dueño de Imber Court, la imponente y decadente casa en la que vive la comunidad. Su ambición es convertirse en sacerdote, aunque para ello deberá previamente armonizar sus deseos sexuales con sus principios religiosos. Un deseo sexual que le llevó a tener una aventura con un alumno, por lo que fue despedido del colegio en el que trabajaba (pero no denunciado). Ese alumno, Nick, convertido en un juguete roto, vive ahora en la comunidad acompañando a su hermana Catherine (seres inocentes los dos) que tiene el propósito de entrar en el convento. Catherine es considerada prácticamente una santa por la comunidad, algo que llama la atención de Noel, el ex amante de Dora, que comenta:

“Si la gente quiere dejar de ser parte útil y corriente de la sociedad y llevar sus neurosis a un lugar lejano para tener lo que ellos consideran experiencias espirituales, no me cabe duda de que hay que dejarles hacerlo, pero no veo ninguna razón para que se les venere.”

El último personaje principal, la cuarta criatura inocente, es Toby, que pasa unos días en Imber Court antes de iniciar la universidad. Toby en un joven ingenuo, quizá demasiado, nada perturba su espíritu y menos que nada el sexo o el amor, temas a los que quizá tendrá que enfrentarse en un futuro. Un hecho romperá la paz de su espíritu y, como si hubiera comido de la manzana prohibida de su particular edén, se le activarán sus instintos (también de una forma muy sorprendente para un chaval de 18 años).

No es esta la mejor novela de Iris Murdoch. Sus dilatados inicios, previos al meollo de la novela (casi un tercio de esta), me pareció algo excesivo e innecesario. Sus descripciones continuas y prolijas — rostros, gestos, vestimentas, estancias, paisajes…—, algo característico de su estilo y que sus lectores no dejamos de apreciar, aquí pecan de una minuciosidad y una frecuencia que en momentos ha llegado a exasperarme. Y aun así, la novela sigue estando muy por encima de la gran mayoría de lo que se publica y se vende por aquí.
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