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«Nuestras sobremesas deambularon por mucho tiempo entre vacíos y silencios» Como no leo sinopsis no sabía a lo que me enfrentaba. Las primeras páginas se perfilaron como la relación tirante de un adolescente y sus padres, los que transitamos por ese camino sabemos que es un momento de juegos malabares y desgaste. Hay que darle su espacio para que formen su identidad, pero marcarle los limites con sutileza, entender que los padres pasamos a un segundo plano y los amigos son lo más, pero vigilando quiénes son y dónde van, porque detectar los riesgos se les da bastante mal, se creen invulnerables, inmortales… «Reconstruir una memoria en continua fuga» Pero no, la novela va cogiendo un tono diferente sin abandonar esa primera idea, porque si algo debemos encontrar los padres es el camino que nos acerque a nuestros hijos y Otto nos da una clave: hablar, darle su espacio e interesarse por sus inquietudes. Y lo que inquieta a Ismael son los silencios impuestos, los comportamientos extraños y las negativas categorías a responde a sus preguntas. Todos esos silencios esconden historias no resueltas como la de su tío abuelo, hermano de su abuela Emma, que se fue con su bisabuela Esther dejando un vacío sin respuesta. A veces, no hablar de personas concretas, responde a heridas no cicatrizadas como le sucede a la abuela Emma con su madre, pero esto no achanta a Ismael que está dispuesto a encontrar su propia historia, sus raíces. No solo descubriremos una historia intensa, una familia que sufre persecución por ser judía en la Alemania nazi y luego por ser alemana en Namibia cuando pasó a ser colonia inglesa, también una explicación al comportamiento de la madre y su negativa a hablar de los instantes felices de la familia en Namibia y el carácter retraído de la abuela. No sé si es su primera novela, me ha gustado mucho, seguiremos con la autora. |
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