Ana de Tejas Verdes

Me resulta chocante que haya empezado el año leyendo Papaíto piernas largas y que esta sea de las últimas; no voy a compararlas. Sí debo decir que este clásico de la literatura juvenil, que nos dispusimos alegremente a leer en mi grupo de Clásicos (prestos a dar una oportunidad a un ligerito, y a disfrutar de la preciosa edición con las ilustraciones del gran Lorente: gracias a mi sobrina por el préstamo) se me hizo interminable. Una vez presentada la situación de la huerfanita Anne Shirley, con su magnífica y muy encomiable actitud, me repugnó ad nauseam tanta insistencia y tan machacona aseveración de lo ya dicho, que torna la experiencia más que previsible, tediosa y empalagosa.

Peor aún me parece su discurso: no estoy en contra de la moralina, que no debemos olvidar que es un libro juvenil, pero éste es en extremo ejemplificante, y a mí me horrorizó su carácter tan reaccionario, aún siendo un libro de hace cien años.

No hay lectura inocente, al menos a mis resabiados ojitos, y como siempre me apresuro a insistir en que no hago reseñas: no pretendo ser objetivo; tan sólo es mi personal impresión.
¿Qué me queda? Ese viaje en carro con Matthew Cuthbert en el que Anne va descubriendo una nueva mirada, una imaginación creadora. Muy poco más (¡y espero poder olvidar esa parodia de The lady of Shalott, cielo santo!)