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¿Varia imaginación es la plasmación de la vida de su autora? Lo sospechamos con cada uno de los relatos autoficcionados comprendidos en este breve libro. Sylvia no reivindica lo narrado como experiencia propia, pero sí que, detrás del anonimato de la ficción, apela a su memoria para despertar la escritura. Las secciones de la obra, Familia, Viaje, Citas y Disrupción, representan cortas panorámicas de momentos a los que se vuelve de manera fugaz. El detonante es una frase, un objeto, un lugar; el objetivo, la reconstrucción de instantes pasados que, en el presente, constituyen un todo. No hay un yo, ni una conciencia de la individualidad propia o ajena. La voz narradora se desplaza por el tiempo y el espacio, por los años y las calles. No importa quién, sino cuándo, cómo y qué. Tampoco hay un orden cronológico, la memoria no sigue un orden en su deambular alborotado. Así, de la edad adulta pasamos a la infancia y llegamos a la adolescencia solamente para volver a la infancia. de esta manera, a través de la ficción y de la articulación de la memoria, reconfigura su propio pasado a través de un nuevo lenguaje. Porque es el lenguaje el que edifica el recuerdo y lo vuelve propio y reconocible. La brevedad es acorde a la naturaleza perecedera y momentánea de los recuerdos, que no dejan de ser destellos que encierran las ruinas de los tiempos pasados. En menos de cien páginas Sylvia Molloy describe la vida en toda su vastedad, abarcando el pasado, el presente y retazos de posibles futuros. Y, mientras la autora revive y ficcionaliza sus recuerdos, también la lectora cierra los ojos y vuelve a la infancia, a la adolescencia y a la vida adulta. |
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