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Ya en esta obra primeriza se nota sobradamente el talento del autor para el diálogo, la atmósfera y el ritmo que te mantiene pegado al texto hasta que baja el telón. Bien es cierto que aquí no encontraremos un complejo dibujo de personajes ni sutilezas ni matices. Nada corre por debajo, todo está expuesto, todo es sencillo y extremo, todo muy catártico. El tema, como siempre en Miller, es moral: la banalidad del mal. Ese mal cotidiano capaz de destruir vidas sin que ello perturbe la conciencia del culpable que se escuda tras cualquier fin superior. En este caso es la familia y al lado o delante o detrás están la lealtad y los principios, su falta o su exageración, no hay término medio; y la superstición, que viene a suplir a la religión en la necesidad de confiar en un ente superior que saque las castañas del fuego o compense de alguna manera la pobre existencia. Y el final… pues yo, que soy muy vengativo y rencoroso, disfruto mucho con estos finales justicieros, aunque vengan desencadenados por un "deus ex machina " quizá un poco chirriante. |
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