Amor perdurable

Está en la naturaleza del ser humano buscar un sentido a todo, atribuir a cosas y hechos significados que con mucha frecuencia solo están en nuestra cabeza, creer que existe una conexión entre la realización de unos hechos banales, como tocar madera, y la probabilidad de que sucedan o no hechos futuros, pensar que las cosas ocurren siempre con un fin, que existe un destino o una especie de complot universal para que nos sucedan ciertos hechos, atribuir segundas intenciones o sentidos escondidos a hechos puramente triviales o gestos ajenos, ser sumamente falibles a la hora de visitar nuestro pasado…

De todo esto trata la novela de McEwan, y de cómo estas interferencias mentales pueden llegar a ser patológicamente graves, pero que incluso en sus estados habituales nos complican la vida y contaminan nuestras relaciones, cortocircuitando la comunicación con los otros hasta el punto de poder romper una relación de pareja firmemente asentada, de destrozar lo más valioso de nuestras vidas.

“La objetividad implacable, sobre todo con respecto a nosotros mismos, siempre era una estrategia social condenada al fracaso.”

Y frente a todo ello, la novela también nos avisa de que da igual que, como nuestro protagonista, Joe Rose, un exitoso divulgador científico, se sea consciente de la alquimia de nuestra mente, de que muchos de nuestros comportamientos estén determinados por la pertenencia a nuestra especie y a su pasado evolutivo, da igual lo racionalistas que nos creamos, lo objetivos que pretendamos ser, a todos nos pasa… en mayor o menor medida, naturalmente.

“... no pude evitar la idea de que aquello me traería suerte o, mejor dicho, que me protegería, y que sobre tales actos propiciatorios, llenos de esperanza, que ahuyentaban fuerzas imprevisibles, peligrosas y enloquecidas, se habían fundado religiones enteras y erigido sistemas completos de pensamiento.”

Me encantan este tipo de lucubraciones y me gustó el modo en el que McEwan las dramatizó en este thriller psicológico que enfrenta a dos obsesiones y que empieza de una forma deslumbrante con la narración de una caída al vacío desde un globo aerostático que se alza incontrolablemente con un niño dentro mientras cuatro hombres intentan evitarlo colgados de unas cuerdas atadas al cesto. Y no es el único capítulo destacable, igual de angustioso y magistralmente construido es el que trata de un intento de asesinato. Pero junto a ellos, hay otros que me parecieron prescindibles, como aquel en el que el protagonista compra una pistola a unos viejos hippis o los apéndices finales, de tal manera que uno termina la lectura con la sensación de que la novela no es todo lo buena que hubiera podido llegar a ser, que no le salió redonda y que no hubiera necesitado mucho para serlo… y eso me cabrea mucho, así que el 3,5 lo redondeo a la baja.