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Crítica de Guille63


Guille63
09 March 2023
Historias que se entrecruzan acerca de una serie de personas que rondan al equilibrista francés Philippe Petit en su camino por el cable que tendió entre las dos torres gemelas del World Trade Center en 1974.

No es mal libro, aunque me ha parecido un tanto irregular. Hay capítulos que me han gustado mucho, otros que prometían bastante más e incluso alguno que me sobra. Y no es que las vidas de estas personas no sean interesantes, es simplemente que su relato, con demasiada frecuencia, me ha dejado indiferente. Y eso es algo que quizás debería preocuparme porque todas las críticas ponían unánimemente el acento en su carga emotiva.

Por destacar dos historias, me gustaron mucho la de Tillie (mi preferida) y la de unos "artistas" vanguardistas envueltos en un accidente de tráfico.

Esta última creo que es emblemática de uno de los grandes temas que saqué del libro: el contraste entre la banalidad de algunas acciones y la tremenda y dura realidad de otras. En ella, una pareja que se tienen por grandes artistas y que tienen la obligación de actuar como tales -mucha droga, mucha liberalidad, muchas excentricidades-, tienen un accidente mortal y se dan a la fuga. A ella, el choque con la realidad, perdonen el fácil juego de palabras, que le supone el accidente le afecta sobremanera. Él, en cambio, está más preocupado por el estado de unos cuadros que se quedaron a la intemperie durante el incidente y que la lluvia estropeó. Un problema para el que pronto idea una gran solución: la reinterpretación de los cuadros modificados por la lluvia. Serían los primeros en hacer algo así, serían supermegaoriginales… lo que me da pie para expresar mi rechazo a ese concepto de la originalidad en el arte, algo que me supera, sobre todo cuando ese concepto de la originalidad, de ser el primero en hacer ese algo, es su única virtud.

En este sentido, siempre viene a mi mente la parodia que Trueba hace de este concepto en una escena de su oscarizada película “Belle Époque” en la que el personaje encarnado por Fernando Fernán Gómez enseña su obra cumbre y última a su invitado, un jovencísimo Jorge Sanz, un cuadro totalmente en blanco, que, como él mismo resalta, se basa en el respeto al lienzo (su mujer que es muy burra opina que lo que pasa es que es muy vago, pero, claro, es que es muy burra esta mujer). El pintor está quejoso de que ya se lo hubiera copiado un ruso, un tal Malevich, y, orgulloso, señala a su invitado la esquina inferior derecha del cuadro donde, al lado de su firma, se recoge la fecha en la que fue pintando: un año antes que el ruso.

Pero nada, lo importante es que el vasto mundo siga girando, ¿no? Bueno, eso y tener salud.
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