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Este libro vino a confirmarme, a pesar de mi escepticismo, que los libros tienen momentos. Lo empecé este verano ilusionada de poder leer la obra de juventud de Louisa May Alcott y convencida de que me iba a gustar. Abandoné a las 33 páginas sin remordimientos, ni mirar atrás. Este octubre me leí Si las mujeres mandasen, relatos de la primera ola feminista, me enamoré del relato El capricho de Anna de Alcott y volví a La herencia a probar si esta vez sí, podía terminarlo. Y, efectivamente, lo hice y lo disfruté, mucho. Leer es subjetivo, y esta vez el aburrimiento del primer intento se convirtió en confort y en fascinación, más si cabe, por la autora. Las obras de juventud no acostumbran a destacar por su calidad y esta no es una excepción con personajes arquetípicos y la eterna lucha del bien contra el mal. A ratos me recordó a una telenovela por los múltiples malentendidos que impedían el anhelado final feliz y a ratos me pareció estar escuchando uno de los relatos de Jo March. No sé que pasó para que la primera vez no me interesase y que la segunda si lo hiciese. Solo sé que valió la pena darle una segunda oportunidad. |
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