No me quito de la cabeza varias de las imágenes de esta novela, y eso en general da una idea de la calidad de un texto. La autora se las arregla para que detalles aparentemente cotidianos tengan tanta fuerza en el lector como en el personaje. Una bolsa de plástico que dejaron los anteriores ocupantes de una habitación se convierte en manos de la escritora en una bofetada de realidad, por ejemplo, para quien lee también. Esa es la principal virtud de El juego de Banana, los detalles escogidos para dar credibilidad y profundidad a una historia muy humana sobre el dolor por la desaparición de un ser querido y la reinvención a la que la vida nos empuja. Pongo media estrella menos porque me quedo con las ganas de saber qué pasó con la hija de la protagonista. Con ganas de más, en definitiva. |