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Aquellos que se lancen a leer Melmoth el Errabundo deben estar preparados para adentrarse en una de esas lecturas que exige al lector un voto de confianza, una apuesta ciega cuyo importe se cuantifica en tiempo y paciencia. Aceptar que su lectura no será sencilla, que agota a cada párrafo, que te zarandea entre sus tramas invitándote a cada momento a abandonarla en la búsqueda de unos textos más acordes a los tiempos actuales. Yo mismo claudiqué en más de una ocasión desesperado ante mis expectativas. Pero, por suerte, siempre fui terco en mis ambiciones. Y es que la carta de presentación de una obra tan importante como es esta obra de Charles Maturin viene lastrada con la sentencia de ser la cumbre del género gótico y, por tanto, pieza fundamental entre los inicios de la literatura de terror. Y, realmente, conforme sigo dándole vueltas a todo lo leído, no puedo estar más de acuerdo con esa afirmación. A fin de cuentas, posee todas las características propias del subgénero como la presentación de ambientes tenebrosos y decrépitos, mazmorras, cementerios, criptas, castillos en ruinas y todo tipo de imágenes que uno puede esperar en una novela que se encuadre en esos fabulosos ambientes. Pero es que, además, toda la obra está empapada de otra de las características fundamentales que definen al gótico literario y que los amantes de este tipo de historias suelen olvidar, que es el desborde de pasiones que acompañan a sus personajes. Es fundamental entender ese manera de retratar a unos personajes en permanente conflicto para poder disfrutar en su totalidad de una obra tan intensa como es Melmoth el Errabundo. Su argumento nos presenta a este extraño ser, personaje maldito que busca a la desesperada su redención definitiva ofreciendo a las personas desamparadas una salida a sus penas. de tal modo, se acerca a ellas facilitándoles una salida que alivie sus tormentos para así poder saldar su propia y eterna condena. Eso convierte una obra tan peculiar como esta en una sucesión de pequeñas historias en las que Maturin nos retrata el descenso a los infiernos de los personajes que van apareciendo en la trama. Con una precisión quirúrgica, vemos como la desgracia se ceba con cada uno de ellos adentrándonos en la oscuridad de sus almas. Y esa manera de atormentar a los personajes hasta el sadismo lo narra el autor tomándose su tiempo hasta que te compadeces de ese sufrimiento. En más de una ocasión eres tú el que pide a gritos esa liberación ante las desventuras de los atormentados, comprendiendo las penurias y rezando por su momento de alivio. Para entonces, comienza una nueva historia. Y es que, cuando ya gritas por esa liberación, Maturin te adentra en una nueva odisea para que puedas comprender la compleja maldición que arrastra nuestro extraño protagonista. Esto te sacará en más de una ocasión de la novela, ya que cuando entiendes las profundas pasiones de los atormentados protagonistas ves que eran tan solo unos meros peones de un tablero mucho más complejo de lo que veías al principio. Y, claro, no quieres conocer una nueva historia de doscientas páginas en donde tener que volver a reconocer de nuevo la compleja condición humana y lo condenada que está desde su concepción. Ahí es donde Maturin te exige y exige, una y otra vez, para que te olvides de lo que hasta entonces era una simple historia, para que entiendas que su extensa novela trasciende a lo que le pasa a cada uno de sus personajes. Pero sigues adelante. Sigues un poco más porque quieres desenmarañar todo el misterio. Sigues adelante porque te compadeces del errabundo y de su maldición. Sigues adelante porque quieres celebrar unas nupcias cuya cripta te hiela la sangre. Sigues adelante porque quieres ver como escapar de la condena de la inquisición, de la desgracia del amor, del abandono al extraño, de la ambigüedad eclesiástica. Sigues adelante más y más porque, a pesar de todos los tormentos, no vas a ser tú el que ceda al abandono y la liberación de un libro tan complejo como este. Sigues adelante porque quieres gritar por la emoción de ser uno de aquellos que se adentró en la oscuridad de Melmoth el Errabundo y, por fin, comprendió su condena. |
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