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Crítica de Paloma


Paloma
11 February 2023
Qué libro tan tremendo, tan brutal, tan doloroso. Oscar Martínez es un periodista salvadoreño, que por años ha cubierto el tema de la migración y la violencia en Centroamérica. En este libro, Martínez comparte aspectos personalísimos de la profesión, de cómo la vive y de cómo, además de arriesgar él la vida, puede llegar a exponer a sus fuentes, lo cual sí implica una carta. Desde el capítulo inicial sabemos que es una lectura en donde habrá muerte y no hay redención: tres de las personas que Martínez entrevistó para varios de sus trabajos periodísticos fueron asesinados -algunos eran delincuentes, algunos pertenecían a las pandillas del país, pero otros fueron simplemente víctimas -y en ese sentido, cabe preguntarse si no todos son víctimas: presas de un sistema político corrupto y sin apego al estado de derecho, en donde nada parece funcionar.

Por otra parte, sin hacer ningún juicio de valor, Martínez expone como es hablar con las fuentes cuando se es un periodista comprometido con indagar, cuestionar, descubrir. Tantas historias que quisiera denunciar, pero, en su ética profesional, no puede porque no hay manera de corroborarlas; tantas personas que son asesinos desalmados pero con los que tiene que conversar en búsqueda de la verdad: así de tremendo es el trabajo periodístico, que puede ser satisfactorio pero sumamente ingrato. Martínez incluso reta a Gabriel García Márquez, quien dijo que el periodismo era “el oficio más bello del mundo” pues, con todo el respeto que el colombiano se merece, él no puede coincidir cuando le ha tocado ver los abismos humanos más terribles. Aunque mi admiración por García Márquez es profunda, es imposible no coincidir con Oscar tras el texto.

Este libro es duro porque no hay apología ni esperanza. ¿Está condenada Centroamérica a un espiral de violencia sin fin? No solo los testimonios de Martínez parecen probarlo, sino que lanza una cifra aterradora: para que la Organización Mundial de la Salud considere a una situación como pandemia, se necesita que afecte a 10 de 100,000 habitantes, si no mal recuerdo la cifra. En El Salvador, las muertes violentas afectan a 40 de cada 100,00 habitantes (y hace años llegó a ser de 70), lo cual indica que efectivamente hay una enfermedad: de violencia y de muerte, y algo deshumanizante. Pero más allá de las cifras, el testimonio más contundente lo da una de las fuentes de Martínez -Rudy, un chico de 16 años, que fue parte de una pandilla, adicto y viviendo a salto de mata y quien terminó siendo asesinado por la policía local. En una entrevista, mientras intentaba descubrir quién era responsable de una matanza, el periodista le pregunta, “cuéntame de algún momento de tu niñez en que hayas sido feliz”.

Silencio.

Rudy le pregunta, “¿feliz? ¿a qué te refieres, cómo es eso?”
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