Amor a la vida y otros relatos

«Amor a la vida» de Jack London es un emocionante relato de supervivencia llevado al límite. Es muy característico de su autor. Las cornadas que al superviviente le da el hambre son terribles: «…se topó de manos a boca con un nido de perdices blancas. Había cuatro polluelos recién salidos del cascarón, justo el día anterior, pequeñas chispas de vida palpitante que apenas supondrían un bocado, pero los comió vorazmente, metiéndoselos vivos en la boca y estrujándolos entre los dientes como cáscaras de huevo. La madre se lanzó sobre él protestando ruidosamente. El hombre intentó derribarla utilizando el rifle a modo de palo, pero el ave logró esquivar los golpes. le tiró piedras, y tuvo la suerte de romperle un ala, pero la perdiz huyó corriendo, arrastrando el ala rota, con el hombre detrás, persiguiéndola». Todo el relato es la minuciosa descripción de las vicisitudes que pasa el superviviente sin nombre para lograr sobrevivir. No sabemos nada sobre él ni sobre Bill, el compañero que lo deja abandonado. Nada de sus antecedentes, de su vida anterior, sólo podemos deducir que es un buscador de oro. Jack London se permite esta reflexión filosófica: «Ya muy avanzada la tarde, se topó con un montón de huesos, una víctima de los lobos. Una hora antes, aquellos restos eran una cría de caribú, que chillaba y corría llena de vida. Contempló los huesos, mondos y limpios, teñidos de rosa por la vida celular que aún no había muerto. ¡A lo mejor él acabaría igual antes de que terminara el día! de modo que eso era la vida, ¿eh? Algo vano, efímero. Sólo la vida dolía. En la muerte no existía el dolor. Morir era dormir. Significaba parar, descansar. Entonces, ¿por qué no se alegraba de ir a morir?» No se resignaba a morir precisamente por el título del relato: por amor a la vida.