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Las lecturas que permanecen en la cabeza tras cerrar la última página leída son fascinantes. Esas historias que te tararean al oído que avances hacia el siguiente capítulo, que te alejan de las redes sociales o que consiguen que maldigas la hora a la que te acuestas por tener que madrugar al día siguiente. No siempre se consigue enredar al lector en medio de una trama llena de aristas en donde lo que prima, por encima de tramas o personajes, sea la generación de una atmósfera agobiante que te acerque a los umbrales de las pesadillas. Todas esas sensaciones me fueron surgiendo mientras leía El lugar invisible, un de esos libros perfectos para estos días de frío. La premisa parecía interesante, conjugando en su historia pinceladas de horror rural en medio de una huida a lo desconocido de una enfermera desbordada por sus propios fantasmas. Si a eso le sumamos la aparición progresiva de diversos misterios que van dejando indicios de que los que estas leyendo dista de lo que en realidad se esconde entre las páginas del libro, pues tienes la combinación perfecta para pasar un buen rato desentrañando lo que esconde el terrorífico pueblo de Tiebana. Sin embargo, los personajes principales no terminaban de convencerme. Sus actos, decisiones, la manera en que quedan posicionados en la trampa que intuyes se esconde en cada mirada, gesto o conversación de los habitantes de la localidad, me alejaban de esta historia al intuir una cierta ingenuidad en ellos que resquebrajaba cualquier tipo de tensión. No obstante, el transcurrir de las páginas y los momentos de desconcierto que posicionan la novela en la frágil frontera entre el terror psicológico y el más genuino horror terminan por alejarte de los personajes para ahogarte en una atmósfera que se vuelve asfixiante en el último tercio del libro. Aquí es donde verdaderamente brilla la autora al plantearnos una mitología sencilla, pero muy eficaz, que sienta sus bases en el amor, la muerte y todo lo que estamos dispuestos los seres humanos por mantener la llama siempre encendida. No seré yo quien estropee las sorpresas que conllevan una historia en donde los elementos más sencillos que va esparciendo Lola Llatas en sus páginas tienen todos su importancia. Desde esa relación tormentosa de la protagonista con su madre, la esclavitud, tanto figurada como física (esas jaulas), la responsabilidad individual y la que adquirimos hacia los demás, el olvidar el pasado pese a arrastrar sus consecuencias ancladas a nuestras pesadillas, la necesidad de redención…temas que van apareciendo a lo largo de las páginas compactando una poderosa historia que, no nos engañemos, es de horror. Porque hay momentos que dan miedo. Más allá de alguna que otra situación que resulta reconocible para cualquier amante de las novelas de terror. La telaraña que va surgiendo bajo las palabras de Llatas funciona y aporta entidad a una obra cuyos fantasmas se quedarán inevitablemente con el lector. Los conceptos que maneja, su coherencia y esa incertidumbre ante lo que realmente está ocurriendo entre las paredes de El Pazo convierten la historia en un placer culpable lleno de momentos estremecedores. No descubre nada, que todo está inventado. Pero nadie me lo había contado como Lola Llatas en El lugar invisible. |
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