La lluvia amarilla

En la novela La lluvia amarill asistimos al monólogo interior en el que Andrés, el último habitante de un pequeño pueblo del Pirineo aragonés llamado Ainielle, repasa fragmentos de su vida en el lecho de muerte.

Andrés ve sus recuerdos pasar, aunque ya duda de si son imaginaciones suyas, si son sueños o recuerdos difuminados o tergiversados. Las ruinas de su anciana mente extraviada por la larga soledad sufrida nos muestra la muerte, el olvido, el aislamiento, el abandono, la incomunicación, el desamparo, la melancolía, la nostalgia, la añoranza y la tristeza del protagonista. Y por supuesto no falta la locura, la demencia, la enajenación, la alienación, o la paranoia que produce todo lo anterior.

Pero también se trata de un libro que nos muestra el éxodo rural, y con él, la pérdida de identidad de las gentes del campo, la muerte como una forma de entender y vivir la vida, el abandono y la ruina de muchos pueblos españoles. Pueblos vacíos, casas en ruinas, cristales rotos, chimeneas apagadas, tejados derrumbados y bancales conquistados por la maleza son los otros protagonistas de la novela.

Y todo esto, con una escritura llena de una enorme carga poética y donde el lirismo la recorre de principio a fin. Escrito en primera persona, vives con el personaje sus angustias, su soledad, su dolor. El fluir de sus recuerdos se abre paso entre los silencios de todo lo perdido, todo lo que no se hizo, de los abrazos no dados o la incapaz emocional.

Y puedo afirmar que es uno de los libros que más desasosiego, ansiedad, malestar, inquietud, intranquilidad y zozobra me ha causado en los últimos años y que me va a dejar un profundo poso durante mucho tiempo.