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Anoche, mientras avanzaba plácidamente en mi lectura actual, el tigre de la portada del libro de Ken Liu comenzó a rugir desde la inagotable pila de pendientes “Grrr-frufrú”. No le hice mucho caso al principio y retomé las aventuras que tenía entre manos. “Grrr-frufrú”, el felino insistía, reclamaba mi atención cada vez que levantaba la cabeza. No recuerdo cómo, ni el momento exacto, pero cuando quise darme cuenta tenía al tigre en mi regazo, mirándome, y el marcapáginas estaba situado en el inicio del relato que da nombre a esta antología. Puro magnetismo animal. No os voy a contar absolutamente nada de esta historia, porque consta de 17 páginas nada más, y se merece que lleguéis a ella con la información justa y la máxima capacidad de asombro. Solo es necesario deciros que los efectos secundarios son de los que dejan una huella indeleble y muy profunda. Terminas de leer el relato perplejo, roto, desgarrado por la belleza de los trazos con los que Ken Liu plasma realidad y fantasía. Y cuando todo ese universo cobra vida, cuando no eres más que un origami en sus manos, solo es necesario un soplido para difuminar realidad y ficción en una sola cosa: verdad. Una verdad que cuando te la cuentan de esta manera es devastadora, y tu única opción es aceptar que no eras un ser completo hasta que ese tigre de papel de regalo de navidad vino a jugar contigo, a recordarte tu infancia, a mostrarte que la felicidad de esos años está llena de fantasmas que nos pueden perseguir toda la vida. No quiero extenderme demasiado con la reseña, porque me emociona revivir todo lo que he sentido leyéndolo, y por qué no confesarlo, se me humedecen los ojos y se me eriza la piel cada vez que comento este relato. Leedlo y disfrutadlo. Ken Liu es un mago y la buena magia, la de verdad, la que vale la pena, siempre tiene un precio y deja cicatrices. Hoy os enseño y comparto con vosotros la última que me ha dejado un libro. “Grrr-frufrú”, os llama el tigre, no le hagáis esperar. |
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