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Estilísticamente no me ha dicho gran cosa, una simple cuestión de gusto personal, sin embargo, la paradoja que se propone en el libro me parece más que interesante. La novela plantea el conflicto entre aquello que nos hace felices y nuestros principios: lo que nos hace felices está más allá de la línea roja que no podemos traspasar, y en la parte de acá de la línea roja, la que no podemos abandonar, la felicidad es imposible. Para mostrar este conflicto, la autora elige como contexto un suceso ocurrido en Francia a finales del XVI, una época en el que la religión y las férreas normas sociales constituyen una segunda piel: un hombre dado por muerto en la guerra vuelve a su aldea y su mujer, poco a poco, va a cuestionar la identidad del que dice ser su marido. Bertrande, que así se llama la mujer, protagonista indiscutible de la novela, vivirá un conflicto entre un fuerte sentimiento de pecado que hace imposible su paz de espíritu y la felicidad que ve posible junto a este supuesto nuevo marido. A partir de aquí destripo el final, ustedes deciden si quieren seguir leyendo: Lo realmente provocador es ver cómo en esa lucha salen vencedores los principios en contra de la propia felicidad, cómo esos principios, que de igual forma podrían ser actitudes o comportamientos que no toleramos de una forma visceral, pueden arrastrarnos de tal forma que seamos capaces de alejarnos de aquellos que queremos y empujarnos al enfrentamiento con nosotros mismos en una pelea que tenemos perdida de antemano. “Estoy acosando a un hombre hasta la muerte, a un hombre que ha sido muchas veces bueno conmigo, el padre de mi hijo pequeño. Estoy destruyendo la felicidad de mi familia, ¿y por qué? Por el bien de la verdad, para liberarme de un engaño que estaba consumiéndome, matándome.” |
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