Última función

Siempre es agradable ser seleccionada por Masa Crítica para reseñar algún libro, pero esta es de las veces que más ilusión me ha hecho. Y es que soy una apasionada de la cultura vasca y Anjel Lertxundi es uno de los mejores escritores actuales de las letras eusquéricas. Así que, cuando me dijeron que me había tocado esta obra, supe que, seguramente, iba a leer un libro que iba a disfrutar.
Para quien no lo conozca, diré que, aunque Anjel Lertxundi tiene varias obras de bastante relevancia, su obra más importante quizás sea Otto Pette (Las últimas sombras) (1994), una novela con ciertos tintes históricos pero que jamás pretendió ser histórica, sino tener solo cierta ambientación en ella. Solo quería aprovecharse del marco y de la ambientación para poder plantearse con menos presión ciertos interrogantes. Y que, a raíz de ella, escribió varias obras de similares características.
Doy este aviso para navegantes porque, aunque esta obra está catalogada como narrativa histórica en diversas webs, personalmente no me lo parece. Y creo que es algo que podría llevar a cierta desilusión a quien se acerque a esta novela corta buscando una obra con mayor ambientación sobre las guerras carlistas. Hacen acto de presencia carlistas y liberales, sí. Se menciona a Carlos VII y aparecen elementos que nos permiten situarnos en la III Guerra Carlista, también. Pero no creo que su objetivo sea llevarnos a conocer esa época, precisamente; creo que ese es su barniz.
Un barniz que le permite dar algunos palos que diría que no van dedicados precisamente a Gilles de Rais, sino que se quedan bastante más cerca del presente pero, sobre todo hacer reflexionar al lector sobre temas muy actuales. Entre ellos, sobre la cultura de la cancelación, sobre si es lícito poner el talento artístico al servicio de unos intereses a cambio de dinero, la manipulación de lo que se nos cuenta, etc.
Si tuviera que juzgar este libro como novela histórica, se me quedaría floja (personajes poco desarrollados, poco ambiente histórico...) pero, como ya digo que creo que su objetivo era más reflexivo, me parece magistral el III capítulo.