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Crítica de Guille63


Guille63
14 March 2023
“– Creo que va a girar en torno al único tema que existe en Inglaterra…Las clases.”

Aunque las cosas están cambiando, hasta hace pocos años no eran frecuentes las novelas en las que los personajes principales fueran gente de barrio, y menos aún aquellas en las que esas gentes eran tratadas sin condescendencia, idealizándolas o compadeciéndolas. Kureishi no comete tal pecado y, junto a la denuncia del racismo y el clasismo de la Inglaterra de los años setenta, no falta el reproche a las propias víctimas, indios musulmanes en este caso, por asumir en buena parte esos mismos discursos, tal como hace aquí Changuez, uno de los personajes, por otra parte, más entrañables de la historia:

“Tienen alma, eso es verdad, pero la razón por la cual existe este racismo tan malsano es porque son sucios, vulgares y maleducados. Y luego llevan ropa que para los ingleses resulta extrañísima, turbantes y demás. ¡Si de verdad quieren que les acepten tendrían que adoptar las costumbres de los ingleses y olvidarse de sus cochambrosos pueblecitos! Tienen que decidir si quieren quedarse aquí o allí.”

Más allá de la incorrección política, que el autor reparte a diestro y siniestro, el siguiente gran punto de la novela es su humor. «El buda de los suburbios» es una novela episódica repleta de juguetonas escenas en las que se retuercen hasta la parodia los estereotipos que ambos bandos, aborígenes y foráneos, tienen los unos sobre los otros. Un humor lleno de esa ironía que, como decía Robert Walser, “es también el rodeo de un dolor”.

“… cuando la gente me escupía, yo prácticamente les daba las gracias por no hacerme tragar el musgo que crece entre los baldosines de la acera.”

Pero como dice la cita con la que empiezo el comentario, el racismo es solo una parte de ese gran tema de Inglaterra y de la novela: las clases sociales y como cada una observa y concibe a las otras.

“Yo quería contarle que el proletariado de los suburbios tenía una conciencia de clase muy fuerte, de una virulencia cargada de odio, pero que sólo iba dirigida contra la gente que estaba por debajo de ellos.”

Qué gran frase y qué cierta, ahora igual que siempre. Nuestro joven protagonista, Karim, emigrante de segunda generación, aunque odiaba la falta de igualdad que le dificultaba las cosas, no era la justicia social lo que ambicionaba, solo escapar de los barrios pobres, “alcohol, sexo a manta, gente interesante y drogas”, formar parte de esa élite privilegiada a la que se admiraba y se le perdonaba cualquier cosa, aunque para ello tuviera que plegarse a todo aquello que se espera de un exótico extranjero. Había tenido un ejemplo muy cercano, su padre, el buda de los suburbios, que había sabido sacar buen provecho de los tópicos de la espiritualidad india entre esas crédulas almas blancas en busca del sentido de la vida.

Eran los setenta, el inicio del punk, la música del no future que expresaba el nihilismo, el desencanto y la falta de motivación de una generación que se aburría “repantigados en colchones de casas medio en ruinas”, pero que tampoco quería ser como la generación anterior y gastar su vida “trabajando en el engranaje del sistema”.

“Londres tenía un sonido propio, el de la gente que tocaba los bongos en Hyde Parle, pero también el de los teclados de «Light My Fire» de los Doors. Había jóvenes que llevaban capas de terciopelo y vivían una vida libre y centenares de negros por todas partes, así que no iba a sentirme como un bicho raro; había librerías con montones de revistas impresas sin caracteres en mayúscula y sin el engorro burgués de los puntos; tiendas que vendían todos los discos que uno pudiera desear; fiestas con chicas y chicos a los que no conocías y que te llevaban arriba para acostarse contigo; todo tipo de drogas. Ya veis, no le pedía demasiado a la vida; hasta ahí llegaban mis aspiraciones. Cuando menos, mis metas eran claras y sabía lo que quería. Tenía veinte años y estaba dispuesto a todo.”

Karim protagoniza desde el suburbio su particular “bildungsroman” deslumbrado por toda esa gente interesante, los artistas e intelectuales capaces de hablar “sin esfuerzo aparente de arte, teatro, arquitectura, viajes”, de desenvolverse en varios idiomas, mientras que en su barrio ellos se sentían “orgullosos de no saber más que los nombres de los jugadores de fútbol o el de los integrantes de los grupos de rock y toda la letra de «I am the Walrus”, hasta descubrir lo poco que había en ocasiones tras esa fachada de “clase, cultura y dinero”:

“El mundo arde en llamas y lo único que saben hacer es arreglarse las cejas. Lo máximo que se les ocurre es llevar al escenario ese mundo en llamas. Ni siquiera se les pasa por la cabeza sofocar el incendio.”

Karim se “había ido descubriendo a sí mismo a través de todo cuanto había ido rechazando”, hasta darse cuenta de lo lejos que estaba de su gente sin haberse acercado lo suficiente a ese nuevo círculo al que aspiraba.

“Me sentía avergonzado y vacío al mismo tiempo, como si me faltara la mitad del cuerpo, como si hubiera estado conspirando con mis enemigos, esos blancos que querían que los indios fueran como ellos.”

En definitiva y parafraseando a uno de los personajes: tenemos diferencia de clases, de razas, sexo y farsa ¿qué más se puede pedir a unas horas de ocio lector?
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