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Crítica de Tarantoga


Tarantoga
16 November 2023
A primera vista se trata de la odisea vivida en el Congo por un misionero baptista y su familia (mujer y cuatro hijas) en los tiempos de la independencia del país. El relato lo recibimos de las mujeres, que se turnan en la narración de la ardua empresa que supone, simplemente, sobrevivir en el siempre difícil hábitat de la jungla, en el también difícil entendimiento con los nativos, en parte por la barrera idiomática, pero principalmente por el choque cultural y, por último, por el carácter fanático y también violento del cabeza de familia, para el que no existe nada fuera de su Biblia y de la voluntad de su Dios, colérico e intolerante.
Pero lo que más me ha impresionado es que ninguna de las narradoras, pese a que nos describen de forma magnífica sus vivencias, son las protagonistas de la novela. El protagonismo pertenece al África profunda, en concreto al Congo Belga, actual República Democrática del Congo, en la época de su independencia.
El África profunda es la jungla, donde viven personas en un estado natural; también jabalíes, serpientes como las Mambas y víboras, árboles de corteza venenosa, leones, mosquitos y muchos etcéteras que hacen de la vida de las personas un elemento sumamente frágil, lo que curiosamente estimula una solidaridad que convierte la convivencia tribal en un fenómeno social único, frente al individualismo de la llamada sociedad occidental. Las largas y terribles sequías llevan al límite la supervivencia de las personas, las plantas y los animales. Estas situaciones límite pueden ocasionar fenómenos tales como la Nsongonya, lo que conocemos como marabunta: una formación de hormigas de cientos de metros de ancho por kilómetros de largo que, empujadas por la falta de comida que ha traído la sequía, arrasan con todo lo que encuentran: cualquier clase de animal o vegetal. Las torrenciales lluvias, acompañadas de vientos huracanados, destrozan las frágiles viviendas, inutilizan los caminos, y enfangan la selva. Los mosquitos inoculan la malaria y otras enfermedades graves o incluso mortales.
Sin embargo, el relato está lleno de poesía, pues África es muy bella. A su modo, claro. Y lo sería más si el civilizado hombre blanco no habría consumado la rapiña de minerales, no hubiera diezmado regiones enteras arrancando las personas más válidas y convirtiéndolos en esclavos a miles de kilómetros de su hábitat natural, y no hubiera dejado su herencia de guerras, de dominación, de explotación, de apartheid, de obstáculos insalvables para la cultura de la población.
En todo este escenario las narradoras nos hacen saber su deriva. Deriva muy diferente unas de otras, y la autora consigue que lo hagan con un estilo y un lenguaje propio de cada una de ellas. El libro está bellísimamente escrito, e impecablemente traducido, tarea que en este caso se me antoja particularmente difícil. El ritmo de la narración engancha y absorbe. Además, la editorial Navona consigue, como es habitual en ella, un libro - como objeto - muy delicado, que hace fácil y agradable su lectura. En resumen, absolutamente recomendable.
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