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Tras leer una historia como La chica de al lado no puedes dormir con la misma calma como la que tenías antes de adentrarte en ese mundo. Te vas a la cama y notas como te vienen a la cabeza algunas imágenes que te aparecen como pequeños destellos que leíste en esas desconcertantes páginas. Cierras los ojos y escuchas unos gritos ahogados que solo tú puedes oír y que te resuenan como ecos constantes que se repiten una y otra vez bajo tu almohada. Despiertas y te dices a ti mismo que te calmes, que solo es un libro. Una historia creada por la mente de un escritor que ha sabido tocarte la fibra para conseguir precisamente ese desasosiego que tienes ahora, cuando tratas de descansar pero no puedes hacerlo sin recrearte en lo leído. Y eso no es fácil de conseguir. Pero ya no se ni la hora que es y no consigo dormirme por mucho que lo intento. La historia que narra la conocí porque era uno de esos libros que frecuentan las listas de lo mejorcito del terror. Era una curiosidad, porque en esta novela no hay fantasmas, ni muertos vivientes, ni criaturas infernales o de otro planeta. No es una narración sobrenatural que te estremezca ante la posible llegada de una muerte no deseada o una leyenda urbana que va de boca en boca y te invite a caer rendido en su vitalidad. No. Aquí la historia es mucho más aterradora. La chica de al lado narra la experiencia vivida por un chaval de unos trece años que conoce a una joven por la que se siente completamente fascinado y que ha venido a vivir justo en frente de su casa. El resto es mejor descubrirlo, pero tendría que decir que es una de las novelas más incómodas y perturbadoras que he leído en mucho tiempo. Porque lo que narra termina por afectarte salvo que tengas una cierta morbosidad preocupante. Cualquiera que sienta un mínimo de empatía por unos personajes, que aquí están desarrollados lo suficiente como para que te afecte lo que les ocurre, va a pasar un mal rato leyendo este libro. El autor relata de un modo directo unos hechos que harán estremecer al lector más curtido en el género. Sobre todo por esa inteligente manera de narrar en primera persona, lanzándote a que participes en un juego conforme avanzas en la trama y que te va a generar las mismas dudas que les van a surgir al pequeño chaval. Y ahí está el mayor acierto de esta novela. Avanzas y terminas por despreciar a su protagonista, al que ves como un chaval tan despreciable como los hechos que se van narrando de manera quirúrgica a lo largo de la trama. Pero sobre todo porque el autor, con una sutileza escalofriante, también te va invitar a sentir a ti mismo tu propio desprecio por no poder parar la lectura de esta obra. al final te das cuenta que tú también formas parte de los hechos que se están narrando y, quizás por eso, ahora no consigues pegar ojo tras haber contaminado por un largo tiempo a tus sueños. Esta historia no es para todos los públicos. Es perturbadora, es incómoda, es angustiante y es descorazonadora. Y lo peor de todo es que, como cuenta el autor al finalizar la novela, fue real. Y cuando piensas fríamente en eso, en que todo lo narrado se basa en las declaraciones de los protagonistas, cuando piensas en que, a pesar de la crueldad de lo leído el autor evitó de manera voluntaria recrear ciertos pasajes de lo vivido en esa casa de al lado, no consigues conciliar el sueño. |
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