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Hay quien considera que la infancia es la verdadera patria de las personas. Debería ser (y muchas veces no lo es) un territorio de felicidad para todos; un tiempo de inocencia, descubrimiento, exento de preocupaciones. El protagonista de esta breve novela, a juzgar por las escenas puntuales que ofrece, tiene una buena infancia. 'Helena o el mar del verano' es uno de esos libros en los que pasa la vida, sin más. Una vida vista por los ojos de un niño, que durante sus páginas también descubre el amor. Lo que no esperaba al abrir este libro era revivir momentos de mi infancia: en la playa, con mis padres, bañándome y comiendo tortilla y filetes empanados; y en algún merendero, con el sonido de los bolos cayendo al ser golpeados por la bola, en ocasiones lanzada por mi padre. Ese segundo capítulo de la primera parte fue una bocanada de nostalgia sorprendente que me trasladó un buen puñado de años atrás. Está magníficamente escrito, con una prosa muy poética que transmite, en las partes veraniegas, la alegría de las vacaciones, los colores de un atardecer en la playa, las sensaciones del niño que se baña en las frías aguas del mar Cantábrico, el tacto de la hierba, la espuma del mar o el olor a sal. La segunda parte, la del invierno, es una parte menos luminosa: se centra en la religión, presente en el colegio y en la vida en general, y en el poder que ésta ejercía en aquella época. Pero yo me quedo con las escenas del verano, con ese mar que se acerca a la playa, a veces besándola suavemente y otras con furia, de forma salvaje; con ese sol, que invita a los niños a pasarse el día entero en bañador; con los insectos que vuelan de un lado a otro como queriendo escapar de un calor que es una cárcel; con Helena y sus ojos azules, su pelo rubio y su piel morena; con la imaginación del protagonista, que a veces le lleva muy lejos de allí, y con su inocencia. Es un gusto leer libros que te evocan tantas cosas. Enlace: https://www.instagram.com/p/.. |
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