Trafalgar

Tal y como preveía del Trafalgar de Galdós al de Corral dista un abismo literario inalcanzable.


No solo en la prosa. Los personajes ficticios donde sostiene la trama son flojos, muy bobos y su romance quitan las ganas de amar hasta a los osos amorosos.

Agurmentalmete más aburrido que jugar al yoyo frente al espejo y más lineal que el encefalograma de Tutankamón, Pepelu no escribe, ronca.

La gran batalla de Trafalgar está narrada con la misma pasión que siente mi hija por el brócoli. Incluso menos.

Eso sí, no se deja un barco, vela o trozo de madera por nombrar, haciendo la narración tan irresistible y llevadera como una congestión nasal.

Pero el autor aragonés es enciclopédico y didáctico y en lo meramente histórico da gusto leerle.

Trafalgar no se centra en la aciaga batalla contra los ingleses sino que es un fresco de la situación política que nos llevó a naufragar frente a las costas de Cádiz, y como Napoleón se hizo con el poder de las Españas.

Tres personajes tienen gran culpa de ello. Manuel Godoy, secretario personal del rey.

Carlos IV gran Borbón que no obstenta el título del peor monarca español pero sin duda si, el del más inútil.

Fernando VII, el deseado. Hijo del inútil, cruel, egoísta, despiadado y más tonto que el asa de un cubo. La peor cabeza que sujetó una corona.

Entre riñas de mandas tú o mando yo, el buen francés nos coló una tropa de 120.000 soldados con la excusa de conquistar Portugal.

Con lo que Bonaparte no contó fue con el español de a pie, rudo, agrio, con boina y entrecejo, pero con casta y orgullo.
Cansados de tanto gabacho estirado y de pusilánimes gorbernantes, el pueblo se alzará y dará comienzo la guerra de la independencia.

En su primera entrega de esta trilogía, Corral mantiene el espíritu de siempre.
Mal novelista, pero envidiable profesor de historia aburre y entretiene a partes iguales.

Una vez hecho a la idea de no estar frente a un relato épico, el buen amante de la disciplina goza.

Lo que ya no sé si es por ninfómano, o porque las artes del autor por una extraña razón digna de estudio, gustan.

Pese a ser la persona con peor juego de cadera que conozco, volveré a leerle en esta especie de relación amor/ odio que se me antoja inmortal.

Su virtud es el conocimiento y su facilidad para divulgarlo.